sábado, 10 de septiembre de 2011

CONMEMORACIÓN MACABRA

De chico, y por lo menos hasta la adolescencia, siempre que visitaba a mis abuelos seguía el mismo ritual: los saludaba, me sentaba a charlar y después me ponía a dar vueltas por el departamento. No porque fuera interesante, ni espacioso ni nada, sino por la cantidad de cosas que había dispersas por los cuartos principales; cuadros antiguos, muebles raros -mezcla de reliquias con madera vieja-, medallas, monedas alegóricas, una biblia enorme, de tapa recontradura y de letras tan góticas que empalagaban, etc. De entre tantos objetos mi preferido era una medalla tallada que representaba el hundimiento del barco inglés Lusitania. Me fascinaba que se pudiera contar una historia de forma tan precisa en dos viñetas. Varias veces le pregunté a mi abuelo sobre ella y él, cada vez, me contaba la misma historia, con parsimonia, sin molestia. Le gustaba contar historias, y supongo que le gustaba que yo preguntara.

De un lado se veía una fila de futuros pasajeros del Lusitania esperando para comprar su pasaje; el que vendía los pasajes era la misma muerte. Del otro lado se veía el barco hundiéndose. Mi abuelo decía que era una especie de conmemoración del hundimiento. Pero algo no me cerraba; era demasiado inquietante ese homenaje, no llamaba al recuerdo y la pena, más bien a un sutil horror que nada tenía de respetuoso. A los siete, ocho años yo no podía poner en palabras todo eso; hoy trato de hacerlo recordando mi lejana percepción. Seguro que mi abuelo me aclaró que era un homenaje venenoso realizado por los que hundieron el barco, no por los que lo sufrieron, aunque no lo recuerdo.




Hace un par de años me decidí y le pregunté a mi abuela si me regalaba la medalla (mi abuelo había muerto hacía años y nunca alcancé a pedírsela). Recién ahora, que tengo la medalla en casa, busqué su historia en un par de casas de numismática y en internet. La adultez, o la realidad, me dieron los motivos que de chico nunca supe, por más que la observara y memorizara durante largos minutos, horas, años.

Un alemán, Karl Goetz, acuñó esta medalla para conmemorar con humor macabro el hundimiento del Lusitania, o, según algunos, para darle coraje a su pueblo en época de guerra. Para ser exactos, lo hundió un submarino alemán U-20 con un torpedo. La medalla alega que por ser un barco contrabandista, lo que era falso. Murieron en el hundimiento aproximadamente 1200 personas, entre hombres, mujeres y niños. En la imagen de la fila que compra el pasaje fatídico hay un tipo leyendo un diario donde en la portada se lee algo así como “el peligro de los submarinos”.

El gobierno inglés, de rápidos reflejos políticos, hizo varias copias de esta medalla, alrededor de 300.000, para que circulara y la gente supiera de lo que eran capaces los alemanes: no sólo de matar sino de burlarse. Una medalla de esa camada inglesa es la que heredé. No tiene valor porque no es la original alemana (que tiene un error de fecha, dice 5 de mayo de 1915 y no 7 de mayo de 1915, verdadera fecha de hundimiento del barco, lo cual la hizo única).

Pero todo esto es información que pretende aclarar, justificar y entender un origen. Lo que en mi infancia me fascinó fue la trágica premonición que anunciaba la medalla. No podía entender porqué la gente compraba un pasaje si lo vendía la muerte. Era mi pregunta principal. ¿No olían algo raro? ¿Debían comprar el pasaje aunque lo vendiera una calavera sólo porque tenían que viajar sí o sí? ¿No podían evitarlo, tan idiotas eran los adultos? ¿Qué los poseía para viajar de todas formas? ¿Trabajo, obligaciones, "cosas importantes"?

Obvias preguntas infantiles que, sin embargo, iban más allá de cualquier sátira, hoy me doy cuenta. La guerra había comenzado en 1914, un año antes de la creación de la medalla, y aún así millones de personas seguían comprando sus pasajes a la muerte desde todos los bandos. Sabían que iban a morir pero igual marchaban a la guerra por motivos absurdos (las guerras suelen originarse por motivos absurdos, que se reconocen como absurdos una vez que las guerras terminan). Quizá ésa era la alegoría principal que insinuaba la medalla y sin que se diera cuenta su autor, una alegoría de la época. Será por eso que siempre me pareció que la figura de la muerte en la taquilla estaba sonriendo…