domingo, 18 de noviembre de 2012

LOS ZOMBIS Y SUS SIGNIFICACIONES CINEMATOGRÁFICAS, POLÍTICAS, PSICOLÓGICAS...






Hay algo sospechoso en la exagerada identificación con los zombis en estos días. Las marchas zombis empezaron como un juego y se volvieron una especie de moda-virus. En lo particular no me interesan esas marchas, lo que me llama la atención es cómo han variado las formas de identificación con los monstruos de las películas de horror. Porque de ahí vienen los zombis; por más que ya tengan su historiología, manuales, exégetas y se busquen zombis hasta en la biblia, la verdad es que los muertos vivos más entretenidos son hijos del celuloide.

Yo me crie con los monstruos clásicos y los monstruos de la época en que empecé a ver mucho cine, en los ´80, donde el gore, los efectos especiales y una mayor necesidad de la gente de ser espantada empezaron a cobrar relevancia. El problema fue que asustar se confundió con asquear y ahí aparecieron las trabas a la creatividad. Muchos directores de cuarta categoría se sentían maestros del horror cuando sólo lo eran del gore barato. Los grandes, como George Romero, John Carpenter o el primer Tobe Hooper conseguían una mezcla sana y nutritiva de las dos fuentes y podían hacernos pensar, asustarnos y, de paso, asquearnos un poquito. Es que lo hacían con amor por sus personajes de carne y hueso y por sus monstruos, modelados o en disfraz, no por lograr un golpe de efecto.

Uno se identificaba, si el filme era bueno, con los protagonistas humanos. Al fin y al cabo uno es humano y entiende sus sentimientos y contradicciones por ser del mismo género (humano, no de horror; o ese también, bah). The Thing, 1982, gran película de John Carpenter, es tan inquietante como efectiva porque el grupo de científicos y militares aislados en una base de la Antártida, tomada por un monstruo-virus nunca superado en el cine hasta hoy, en mi opinión, reacciona como podría reaccionar cualquiera de nosotros. La empatía con ellos es total, y hasta el espectador más despistado entiende que ese grupo de hombres intenta no sólo salvar su pellejo sino el de toda la humanidad, debido a que el virus que combaten se expande y contagia al por mayor y de llegar a la civilización acabaría rápidamente con la raza humana. El monstruo oficia acá de metáfora del apocalipsis, y uno lo rechaza ya que, como quizá ocurra con el apocalipsis, si de verdad llega un día a todos nos parecerá que viene demasiado temprano o injustamente. Sólo los locos están listos para morir en masa. Que yo recuerde, ningún espectador se identificó con el infausto bicho de The Thing.

Los demás monstruos clásicos, también potenciados por el cine, generaron identificación siempre y cuando tuvieran humanidad. Los vampiros son un caso emblemático. Desear ser vampiro es sublimar el infantil deseo de no morir nunca, y estar además en permanente estado de erotismo fiestero, seduciendo al sexo opuesto con artillería pesada: eternidad, poder, orgías, lo que mucha gente anhela, con o sin colmillos, y de paso, matando a quién se cruce en nuestro camino. Libertad total, en un sentido muy sadeano.

El hombre/mujer lobo/a corrió suerte parecida. Al principio no tanto, porque en las primeras pelis estaba asociado a maldiciones gitanas y una excesiva culpa del protagonista que no disfrutaba de su nuevo estado semianimal. En suma, era un personaje poco atractivo. A nivel dramático lo era pero a nivel de identificación, no. Después, gracias a la evolución del personaje, quizá aderezado con la onda new age y la ecología, convertirse en lobo significó una conexión con la naturaleza, y también con un sexo salvaje y primario. En The Howling, Joe Dante, 1981, vemos a un hombre recién convertido en lobo coger en el bosque con la mujer loba que lo sedujo, mientras la esposa del tipo lo espera aterrada en su cama, sola, con los ovarios marchitos por el miedo y, quién sabe, por no animarse a retornar a lo salvaje.

Siento que tiene mucho de clasista la selección de víctimas que hacen los vampiros y los hombres/mujeres lobas. En un punto, podríamos decir que el vampiro no es más que un aristócrata que insiste en exponer sus problemas metafísicos o existencialistas mientras usa a los infelices que tiene debajo como almuerzo. No se conforma con chupar sangre, tiene que dejar en claro un punto que lo haga interesante frente a sus colegas o futuras víctimas, sobre todo si son mujeres jóvenes y atractivas y se ve obligado a seducirlas con su aire dark y solitario. El hombre lobo, por su lado, nos tiene que mostrar que está unido a la naturaleza, a lo primordial, cosa de hacernos parecer citadinos retrasados mentales (que sin duda lo somos, pero no nos trae felicidad saberlo) y que es capaz de volver al más puro instinto. Esto se lo dan a entender al que eligen para morder sin comérselo, cosa de transformarlo/a en lobo/a y que los acompañe en su viaje al origen de los tiempos, concepto digno de un programa ecológico de cable.

Las películas de horror de las últimas dos décadas, envalentonadas por la boludez generalizada de las últimas dos décadas, quisieron explorar el costado más idiota de estos monstruos clásicos y lo lograron. En su victoria casi los matan. Productores y directores con mentalidad de gerentes de supermercado nos dieron monstruos de cartón, con un espíritu más cercano a los modelos de pasarela que a la maldad. Una vez alcanzado su estado de gracia vanidoso, recién entonces estos mal renovados monstruos salían a matar y asolar a los humanos feos, sucios, gordos y quizás hasta a dieta. Se cambió miedo por bostezos, terror por lo fashion y lo sensual por la mojigatería hasta dejar al género en estado comatoso. El idealizado tanatos y las mutaciones virulentas del cine de horror fueron a parar al arcón de los recuerdos del siglo veinte.

En cambio, los zombis son algo muy diferente a estos seres mitológicos que, si están bien retratados, tocan una fibra sensible del espectador y apelan a sus deseos frustrados de inmortalidad y violencia desatada. Las pelis de zombis postulan casi siempre el mismo argumento: un grupete de humanos en pleno escape de esos monstruos horribles que alguna vez fueron gente y que ahora no son nada, los zombis, también llamados muertos vivos. La identificación del espectador se da con los personajes persona, que representan a la humanidad condenada a desaparecer aunque moralmente en pie frente a la deshumanización de los muertos. El miedo que dan esas pelis es el de sufrir el ataque incomprensible de un monstruo incomprensible que simboliza el fin del mundo. Y que encima ataca en masa (se sabe que las masas enardecidas ponen la piel de gallina a cualquiera). Pasa que sin humanos no hay pelis de zombis porque sin humanos no hay drama, eso en cualquier película y en cualquier género. Imaginen una película sólo con muertos vivos paseando, gruñendo, babeando, esperando a que aparezca algún humano para comerlo, y luego verlos comiendo y paseando otra vez… más que un filme de horror parecería un filme costumbrista de la vida diaria de un zombi [1]. Si cambiamos el punto de vista cambiamos la propuesta dramática y no hay género de horror, tampoco conflicto vital, ya que el zombi no tiene ninguno.

Ahora bien, después del natural miedo que generan los zombis vienen las interpretaciones, y estas pelis están cargadas de símbolos, críticas, llamados de alerta, etc, mucho más que otras del género. Sea por causas desconocidas, tenga o no connotaciones bíblicas de castigo universal, o sea resultado de un virus creado por el hombre (En The Return of the Living Dead, Dan O´Bannon, 1985, hay una explicación: es culpa de un experimento militar que salió mal, o sea que es “pod culpa del gobiedno” como dice Guille, el hermano de Mafalda), el origen de la plaga zombi importa poco, lo que importa es que la muerte mutó su estado normal y ahora se muestra impotente para cumplir su función: ya no hay desaparición, los muertos siguen en pie, nadie descansa. Ese es el único drama de los zombis, que la muerte los ignora, sólo que no son conscientes de su drama.

En las pelis de George Romero, padre cinematográfico del muerto vivo que conocemos hoy, los valores éticos y morales del grupo que resiste son puestos a prueba por el hecho de tener que hacerle frente a un apocalipsis absurdo. El conflicto se da entre los pocos sobrevivientes que intentan mantenerse humanos mientras combaten a los muertos y, también, a algunos de sus compañeros humanos, necios y codiciosos, que acaban siendo más peligrosos que los muertos de afuera y hacen peligrar la unidad del grupo. Este tono desesperado es el que a mí siempre me gustó de las pelis de zombis. Tono que las de vampiros y hombres lobos carecen porque, al fin y al cabo, ellos suelen ser elegidos que continúan la selecta estirpe de malvados sobrehumanos, mientras que afuera la humanidad sigue existiendo y les sirve de aperitivo. Si los zombis representan el fin de la humanidad, los vampiros y los hombres lobos se nutren como parásitos de la misma, sin ella no son nada. Pero los zombis seguirán existiendo luego de la total extinción de los humanos, igual que se dice seguirían existiendo las cucarachas después de una hecatombe nuclear.

En esencia el zombi no es más que un pobre diablo, producto de algo que salió mal. En sí no es un personaje, no tiene nada para decir, es más bien un síntoma. El miedo que ocasiona existe si hay personas que lo sientan. Podríamos decir que un zombi solo es como el árbol del koan zen que cae y no hay nadie alrededor que escuche el ruido que hace. El vampiro, en ese aspecto, es más humano; el que se convierte en vampiro adquiere otra mentalidad y otra moral y mantiene viva una parte esencial del ser humano: la conciencia de sí mismo. En teoría, el vampiro podría vivir solo porque existe por sí solo.
Por eso causa sospecha que muchos jóvenes se identifiquen hoy con los zombis. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué ven de atractivo en un retrasado mental que va pudriéndose y tratando de morder a otros sin poder decir otra cosa que argggg? Querer imitar a un zombi es imitar a un  mal vacío de significado, es desear ser parte del desastre sin ser protagonista del desastre.

Para buscar respuestas habría que rever las pelis de Romero con la inteligencia de un espectador sensible. Fue él el que le dio un sentido social a los muertos vivos. En ninguna peli de Romero los muertos evolucionan, salvo en Land of the Dead, que se avista un comienzo de razón. Claro que la peli termina antes de que evolucionen ya que, si no, no serían más zombis y no habría horror, como planteé antes. Lo político de sus filmes reside en que las masas de zombis simbolizan alguna parte olvidada o degradada de la sociedad del momento en que fueron realizadas. En Night of the Living Dead, 1968, se jugaba el racismo, las víctimas de la guerra, la incidencia letal del gobierno (“gobiedno”) en la vida diaria. En Dawn of the Dead, 1978, se criticaba a la sociedad de consumo, los muertos eran unos pobres infelices dando vueltas por un shopping entre ropa y artículos de lujo, sin poder acceder a ellos porque la plata ya no contaba en su mundo en descomposición. En Day of The Dead, 1985, era la militarización y el apocalipsis derivado, y así en el resto de títulos de Romero, aunque las últimas son muy flojas y sentimos que perdió su pulso de lúcido hippie politizado (da igual, ya ganó nuestro corazón con las primeras).

Por eso creo que si analizamos a estos fans de los zombis de hoy debemos analizar su contexto social y político igual que con una película de Romero. Es cierto que el contexto social no varió mucho en los últimos tiempos (¿los últimos años, los últimos miles de años…?), los poderosos protegen sus intereses a sangre y fuego y los gobiernos colaboran con ellos o directamente son parte del mismo poder económico. La televisión, internet y todo lo que pueda comprarse y consumirse sin activar neuronas está a la mano de todos, al contado o endeudándose de por vida. Lo que se trata de impedir como nunca (o como siempre) es que la gente piense por sí misma, elabore y desarrolle ideas que puedan ir en contra de estos mandatos dictatoriales del consumo. Suena a cliché, lo que no quita que sea verdad.

Entonces, querer ser un zombi en este contexto, ¿no es entre otras cosas una involuntaria declaración de que la falta de pensamiento es la única forma de imaginar hoy a un ser mitológico y rebelde? Pero, ¿se puede ser rebelde sin pensamiento? ¿Identificarse con un ser amorfo no es dejar en claro que la estupidez le gana al grupo de humanos sobrevivientes que piensan realmente cómo combatir al mal generalizado y que representan los valores esenciales del alma humana? ¿Identificarse con la masa que deglute y aplasta no deja entrever un fracaso político no asumido? Algunos dirán que esto es muy intrincado y que las marchas de zombis no significan más que lo que son, pero yo digo que los zombis siempre significan otra cosa, estén vivos o muertos o, en este caso, simulen estar muertos estando vivos.

Las pelis de zombis del futuro quizá sean al revés, y tengamos que ver a los zombis tratando de comerse a los humanos que ya no serán personajes sino una amenaza que nos puede disparar a la cabeza y matarnos otra vez. Si es así entonces el apocalipsis zombi no dolerá, será cuestión nomás de no pensar en nada y dejarse llevar por la furibunda manada. Como sea, hay que tener cuidado, ya que no pensar en nada es el apocalipsis real que estamos viviendo en la actualidad y son sólo unos pocos los que tratan de combatirlo. Querer ser zombi es decirles a los poderosos que quieren controlarnos que sí nos controlan, que van ganando, porque un zombi de carne y hueso, al revés del de ficción, ni muerde ni asusta ni contagia, lo único que puede imitarle a aquel es que anda con el cerebro desconectado.

De no cuidar la orientación política de estos zombis de las marchas puede que se vuelvan muertos vivos reaccionarios, utilizados contra las minorías. El zombiproletariat es un arma de doble filo y fácilmente manipulable. Por eso damos el llamado de alerta a nuestros hermanos muertos: coman menos cerebros imaginarios y usen el suyo real; crean más en la construcción de ideas y conceptos que en la putrefacción del cuerpo y sus órganos en desuso; no se queden en lo superficial, evolucionen, hay datos genéticos de un pasado humano fabuloso que pueden reinterpretarse y ustedes los cargan en sus células (vivas).



¡Zombis de todos los países, uníos!





[1] El comienzo de Land of the Dead, 2005, de George Romero muestra esta cotidianeidad por unos breves minutos; véanlo y después imaginen una hora y media sólo de eso. Como idea podría funcionar, pero podemos apostar a que los guionistas terminarán agregando algo de humanidad a los personajes zombis cosa de crear una historia interesante, y entonces dejarían de ser zombis.

lunes, 5 de noviembre de 2012

ESTAMPAS 4: LA EVOLUCIÓN DE LA CACEROLA




MORALEJA: No hay ninguna. Si uno se porta como imbécil, necio e irresponsable no deja huellas en su vida ni en la historia, apenas un resto de teflón. Bah, creo que al final sí hay moraleja, pero ojo, que no es tan peronista como parece.