Revisando entre papeles viejos y amarillentos encontré
esta nota, que nunca fue publicada (se la propuse al editor de una revista que
muy amablemente me dijo ni). Bueno, exagero, no eran papeles amarillentos, era
un archivo de Word, y se veía igual de reluciente que un archivo nuevo. ¡Qué
poco dramatismo tienen las computadoras, que falta de estética! Lo cierto que
es que no la publicaron, eso sí.
Acá va entera, para los que no conozcan a este gran talento
del cine…
Hace unos
años celebramos, y seguimos celebrando, que se hayan editado todas las
películas de terror que Val Lewton produjo para los estudios RKO de 1942 a
1946. Como hoy casi no se consiguen dejamos de celebrar, así que les recomiendo
a los que puedan echar mano del pack de pelis en DVD que lo hagan ahora mismo,
o que las bajen de internet antes que nuevamente pasen al olvido.
Algunas de esas
películas ya son legendarias (Cat People,
I Walked with a Zombie, The Seventh Victim); verlas todas juntas causa un
placer aún mayor que por separado, contando además con que a la edición le
adosaron un documental que relata la vida de Lewton, su visión y su talento. Es
decir, le hacen justicia.
Quizá sea la
primera vez que se homenajea tanto a un productor en vez de a un director, y en
este caso resulta un acto reivindicativo, ya que Val Lewton modernizó el género
de terror como pocos en la historia del cine. Y lo hizo a través de filmes de
bajo presupuesto, presionado por la necesidad de los directivos del estudio RKO
de salir de la bancarrota en la que el tan genial como quilombero Orson Welles
los había dejado, luego de sus dos primeras películas (Citizen Kane, The Magnificent Ambersons), y luego de haber
prácticamente reinventado el cine, claro está.
Lewton,
hombre sensible y culto a la manera clásica europea, reunió un equipo de
colaboradores de primer nivel (directores, guionistas, fotógrafos) y supervisó todos
sus filmes para RKO, escribiendo o colaborando en la escritura de cada guión.
Había algo en él que lo alejaba del ego gigantesco y nocivo del productor
típico de Hollywood: primero su humildad, dando crédito de más a su gente o
restándoselo él, y segundo siendo genuinamente creativo, lo que ocurre con
pocos productores en este mundo -y directores, seamos sinceros-, por más
hábiles que sean para conseguir dinero o para intuir “qué es lo que el público
necesita”.
Digamos que el
caso de Lewton resume lo mejor del Hollywood dorado, que siempre fue
imaginativo y audaz. Cat People, dirigida
por Jacques Tourneur, el mejor de los directores apadrinados por Lewton, aunque
sin desmerecer a otros de la talla de Robert Wise y también Mark Robson, es la
primera película de la serie y el resultado es memorable. Mientras los
ejecutivos respiraban tranquilos luego de su éxito comercial, los espectadores
de la época -y los de las épocas por venir, aunque todavía no lo supieran- sonreían
agradecidos al toparse con un filme tan innovador y sugestivo. Digamos para
resumir que el uso de la luz como herramienta de suspenso, los símbolos que
sutilmente salpican la película, y el claro concepto de sugerir en vez de
mostrar hicieron de Cat People un modelo a seguir para las generaciones
futuras. Tiene un par de escenas ya clásicas: la persecución de una mujer por la
pantera en la pileta/alberca, donde no se ven más que luces y sombras
reflejadas por el agua, y después en la calle, bajo los duros faroles. Son un
ejemplo catedrático de cómo proponer una escena de horror sin efectos,
únicamente con elementos visuales. Y la idea de que Irena, la protagonista,
crea que si tiene sexo con el hombre que ama se volverá pantera y lo matará es
de por sí erótico en la manera más freudiana y oscura posible. Todavía hoy uno
escucha la frase “mostrar poco y sugerir más” como un punto fundamental a tener
en cuenta en éste género. Y es cierto.
Aunque vale
la pena ver todos los filmes producidos por Lewton, algunos son imperdibles: I Walked with a Zombie es una rara historia
ambientada en el caribe, donde la esclavitud y el vudú se unen en extraña
simbiosis con un romanticismo que hace actuar a los personajes de forma ambigua,
dudosa y letal. El zombi llamado “Carrefour”, que deambula con los ojos muy
abiertos por bosques plagados de idolitos paganos, resulta verdaderamente aterrador,
y el paseo nocturno que hace la protagonista para buscar la cura de su paciente
hasta desembocar en un inquietante ritual es un punto muy alto de puesta en
escena cinematográfica. Es precisamente el tipo de propuestas estéticas que
Lewton y Tourneur desarrollaron con maestría.
El mítico
Boris Karloff, legendario monstruo del Frankenstein
de los años treinta, actúa en tres películas de este ciclo. Aparece en Bedlam, Isle of the Dead, y en The Body Snatcher, que en apariencia
parece querer mostrarnos el horror de los ladrones de cadáveres cuando en
realidad nos habla de la ética en la ciencia. Nada menos.
También, si
quieren ver uno de estos filmes con sobrina/os o hija/os (o solos, si recuerdan
con suficiente honestidad las virtudes de la infancia), está la supuesta
segunda parte de Cat people, The Curse
of the Cat People[1],
delicioso cuento de hadas que capta perfectamente la situación idílica de una
niña que vive en la fantasía y que evita el contacto con el mundo real. La
protagonista, Amy -la pequeña actriz Ann Carter resultó inolvidable en su papel-,
vive con personajes imaginarios que quizá no lo sean tanto, mientras que sus
padres creen que sufre algún tipo de trastorno (estamos en un pueblito yanqui
de los cuarentas, en el cual las teorías de Freud no parecen haber llegado en
el último tren de la tarde). A través de una vecina misteriosa y extravagante, Amy
desemboca en un mundo onírico que terminamos disfrutando tanto como ella. Esta auténtica
película clase B, que carece de alardes y pretensiones, alcanza un maravilloso
sentido de la fábula.
Hay que destacar
la capacidad de síntesis de Lewton. A pesar de que por indicaciones del estudio
ninguno de los títulos debía superar los 77 minutos, nunca necesitó ir más allá.
De hecho algunos son más cortos, otra prueba de que no hace falta engendrar
cintas amorfas de tres horas para contar una historia (como ocurre con tantos
bodrios actuales, los de Peter Jackson por ejemplo, bodoques de acción que duran
toda una vida y ni siquiera así consiguen desarrollar personajes que trasciendan
el cartón con el que fueron hechos).
Recomiendo ver
estas películas en maratón, cosa de disfrutarlas con la gula que merecen, y para
aprender cómo hacer cosas buenas sin mucha plata y sin necesidad de ser genial,
algo que sirve para cualquier emprendimiento creativo en esta vida.
[1] Un detalle que remarca todavía
más el ingenio de Lewton: el productor que estaba por arriba suyo le “dictaba”
los títulos de las películas antes de que él tuviera armado un guión, incluso
una idea previa. Le decía cualquier frase que sonara comercial y lo dejaba
arreglárselas solo. Con nada más que eso, Lewton “rellenaba” los títulos con el
argumento que le pareciera. Por eso The Curse… no tiene nada que ver con la
primera, salvo con que se repiten algunos personajes. Es notorio que Lewton no
haya querido repetirse en obvias secuelas como hizo la Universal con sus
famosos monstruos: Drácula, El Hombre Lobo, Frankenstein.