lunes, 15 de julio de 2013

QUEJAS REFLEXIVAS 1




Esta es una nueva sección del blog, que en principio apuntaba a incluir máximas, aforismos, proverbios, sentencias, etc, pero que al final únicamente incluirá diatribas. Dejemos la cosa en quejas reflexivas, a secas.



SOBRE LAS REDES  SOCIALES, PAMPLONA Y LAS CORRIDAS DE TOROS

LAS REDES SOCIALES (viene de un intento mío -fallido- de abrir un Twitter).


Podría haber incrustado estas quejas (así se proclamaban algunos tangos viejos, como una queja) en un twitter. Pero no entraban. No sólo porque TW tiene el caprichoso límite de 140 caracteres, sino porque una queja, si de verdad lo es, no puede adaptarse a un límite impuesto, en especial si el límite no tiene motivo de ser. Es como gritarle a alguien que odiamos “Hijo de…” porque no tenemos tiempo de finalizar el insulto.


Las redes sociales parecieron ser primero medios de expresión abiertos, después botellazos al mar, después cócteles molotov a la multitud y, finalmente, una mezcla de los dos. O de nada. Esto último, más bien. Se podría decir que porque el medio no es el fin, yo creo que más bien porque casi no hay expresión en ellas.


Surgirán pronto nuevas redes sociales, y los estudios sociológicos, filosóficos que analicen -o la ficción que recree- las redes de la actualidad corren peligro de envejecer con ellas. Pero como las ganas de figurar sin proponer nada y de decir estupideces nunca envejecerán, aparecerán otros medios, seguro muy parecidos a los de ahora, para enseñarnos cómo seguir perdiendo el tiempo. Quizá se pueda citar en diez años lo que dice un filósofo de FB hoy, si para entonces existe algo parecido a FB, lo cual será sano únicamente para la vigencia profesional del filósofo.


Lo breve, si bueno, dos veces bueno”. Gracián, twitter hizo mierda tu frase de una vez y para siempre (no en lo bueno pero sí en lo breve). “Incluso lo malo, si poco, no tan malo”, es la continuación de la frase famosa de Gracián que nadie cita. Es igual de buena que la otra pero no hace quedar tan bien a los breves.


El blog sigue estando vigente porque está muerto y, sobre todo, porque nadie lo vigila. Incluso si lo cancelan y el día de mañana inventan lo mismo con otro nombre, nadie lo notará. Es una bolsa para llenar con cosas diversas y las bolsas, invento que debe tener quién sabe cuántos miles de años, se siguen usando hoy, mientras que la tecnología se corrige constantemente a causa de su torpeza intrínseca, por más que haya transformado nuestras vidas…. (esto último es el remate gracioso, lo anterior es serio).


SOBRE PAMPLONA, LOS ENCIERROS (MENTALES) Y LAS CORRIDAS DE TOROS:


Para los políticamente correctos: es un error criticar tanto a los sanfermines, son sólo brutos de buen corazón. Creen que por hacer el ridículo van a encontrar el camino de vuelta a las cavernas. Pasa que los toros no vienen de ahí y no pueden guiarlos, por más que los presionen por adelante, por atrás y por los costados.


Religión y persecución de toros en una misma fiesta, incómodo argumento para los que insisten con el progreso del hombre. Hemingway, dicen, elogió la fiesta de sanfermín, lo cual es un punto a su favor (de la fiesta, no de Hemingway). No le quedaba otra, él también quería ser un macho y como seguro intuía que muchas de sus novelas envejecerían irremediablemente, intentó dejar constancia de lo atávico, la brutalidad, la permanencia de lo salvaje, etc, rogando que sus futuros editores sintieran eso mismo por “Adiós a las Armas” o “Por quién doblan las Campanas” sesenta o setenta años después de publicarse por primera vez.


La corrida de toros es la comprobación recia y dura de lo que es un verdadero macho, siempre y cuando esté viendo la matanza sentado en la tribuna. El maricón verdadero es el de ahí abajo, el de chaquetita, espada y poses en puntitas de pie con zapatillas de baile, por eso ningún macho verdadero se le acerca. El toro sí porque le tiene lástima.


O quizá las corridas sean en el fondo la misma persecución de toros de Pamplona, pero con la gente ya cansada y con ganas de sentarse y con un solo tonto parado, al que el fin de la música sorprendió sin silla… y con chaquetita y zapatillas de baile puestas.


lunes, 8 de julio de 2013

PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN… ¿O SI?






Un sábado a la noche, hace un par de años, me reuní con un grupo de amigos para ver una pelea de box muy esperada. Vinieron algunos invitados extras, compañeros de trabajo de alguien. Uno de ellos, tipo formal, controlador de su aspecto y maneras aunque no de su cerebro y boca, se puso a criticar al boxeo desde el vamos como un asunto de brutos y un comercio entre personas (sic). Entre risas, lo mandamos a callar pero se cebó, y eso que el combate principal ni siquiera había empezado. Un rato después, terminadas las peleas de fondo que, seamos sinceros, uno ve de reojo y como mero precalentamiento, la pelea arrancó intensa, implacable, y así siguió, arreciando en cada round. Por desgracia, las críticas del amigo desconocido arreciaban peor. Iban y venían guantazos y diatribas a la par. A los que sí queríamos ver la pelea nos dolían los dos por igual, creo que peor las diatribas.

En un momento le dijimos que se fuera si tanto le molestaba el boxeo. Pero el amigo desconocido, como si se quedara para hacer un llamado a la moral, sentenció que los que veían peleas eran pasivos agresivos, y que los infelices que se mataban arriba del ring eran engañados por sus managers, que se aprovechaban de la pobreza de sus orígenes. Le pregunté si tenía alguna frase original para criticar al boxeo o sólo recurriría a lugares comunes. El chabón, incólume, afirmó que lo que decía era cierto. Le conté que los boxeadores que estaba viendo habían trabajado toda su vida en gimnasios y aprendido el box como un artista aprende su oficio. Fui demasiado fino, al parecer, porque se me rio en la cara al comparar un artista con un boxeador. Le dije, para buscar la veta de la plata, a ver si lo conmovía con eso, que cada uno se llevaba una bolsa de muchos millones. El tipo puso cara de indignado y dijo que “el comercio no tiene límites”. Otro amigo lo miró con ganas de ejercer el comercio de piñazos en su cara pero lo frenamos, tampoco era cuestión de quedar como trogloditas frente a un ser tan elevado.

Lo que más me hizo ruido era que este tipo era un oficinista de toda la vida; viajaba cada mañana hacinándose en el tren desde la provincia hasta un edificio en el microcentro porteño, y pasaba todo su día en un cuarto lleno de papeles y archivos virtuales, movido por órdenes e intereses de otros. Ahorraba de a peso y soñaba poder, algún día, ascender a otro cuarto, más grande, con más archivos virtuales y mejor sueldo. Pasarían los años y él seguiría resolviendo problemas de otros sin dar nunca nada personal (si tenía algo personal para dar es otro asunto). Su único miedo era que lo echaran alguna vez por recorte de personal, lo demás no importaba, y lo demás era la vida entera. Ese mismo tipo acusaba de manipulados a los boxeadores.

Al margen de este espécimen, común y abundante en la fauna laboral, las frases remanidas sobre el boxeo persisten. Es lógico que a mucha gente no le guste, pero los prejuicios son otra cosa. Se dice que los boxeadores son efecto de la pobreza y la necesidad, nunca efecto del talento o de una legítima capacidad deportiva. Los “golpes de la vida” los llevan al ring y después, irremediablemente, los hacen caer. Si es así, qué suerte para los pobres, significa que la vida los puede despertar. En cambio, un empleado administrativo clase media nunca será boxeador en la arena de su propia existencia. Tiene la mala suerte de que los golpes, tanto o más letales que los que reciben los pobres, se los dan en dosis bien disimuladas. Le hacen tragar diez onzas cargadas de moralinas, engaños y falsos estímulos de crecimiento, y tan bien disimuladas están que se tragan el nocaut entero sin que le tiemblen las piernas.

Lo que sí se podría decir, sin criticar la esencia del boxeo pero siendo realistas, es lo que sabiamente me comentó un día un boxeador mexicano, veterano recio y oriundo de Tepito, barrio clásico de boxeadores, que hasta participaba de peleas clandestinas sin guantes, en donde todos dejaban su cara y sangre en el cemento (no había ring, nomás una esquina de calle); él, que amaba el boxeo con todo su cuerpo y alma, me dijo: “el boxeo no es deporte, es circo. Un deporte no se puede basar en lastimar al otro”.
Y de paso, para no hacer quedar tan mal al humanista que nos arruinó la pelea aquel sábado, ya que en el fondo creía estar haciéndonos un bien, me enteré por uno de mis amigos que hace poco se casó por iglesia, hizo un festejo en Castelar, compró un auto usado y su esposa acaba de tener un hijo.