martes, 27 de mayo de 2014

QUEJAS REFLEXIVAS 4




LEYENDAS Y ADVERTENCIAS PARA LA SALUD EN CAJETILLAS DE CIGARRILLOS… ¿SÓLO AHÍ LAS NECESITAMOS?



En principio estoy de acuerdo con que sigan imprimiéndose leyendas de mal gusto en las cajetillas de cigarrillos, esas que muestran pulmones ennegrecidos, gente desahuciada que respira oxígeno envasado y estira su mano como si los abogados de juicios contra las tabacaleras les ofrecieran monedas detrás de cámara, fetos con peor semblante que si los hubieran rociado con napalm, bocas repletas de cánceres fuera de control, etc.

Todo muy saludable y decente hasta ahí, pero no alcanza. De hecho, alcanza tan poco que en verdad termina siendo nada. El tabaco está lejos de ser lo peor para la humanidad, y si algunos lo creen entonces también deberán creer que existen otras cosas casi tan malas como el tabaco. Dicho de otro modo, queda mucho por hacer. O mucho por retratar y transformar en leyendas para envases, al menos.

Sería sano y necesario, para potenciar esta bella etapa de crecimiento moral de los ciudadanos del mundo libre, que se señalara en una leyenda todo lo que le hace mal a la gente o lo que le va a hacer mal en un futuro próximo. Es una buena idea hacerlo con ese tipo de fotitos que tienen las cajetillas de cigarrillos. Aunque hay muchas cosas importantes en este mundo que son intangibles y difíciles de ser retratadas en fotos o ilustraciones, con un poco de esfuerzo y creatividad se las puede aprisionar en una campaña tan hipócrita como la de las cajetillas. Doy unos ejemplos:


  • Poner una foto de un cerebro derretido a causa del maltrato (o falta de uso, que es casi lo mismo), en todas las oficinas y lugares de trabajo de la tierra; que la leyenda avise a los empleados que ser parte de una u otra empresa les dejará el cerebro tal cual se muestra en la foto. Es cierto que tratándose de un cerebro arruinado muchos se preguntarán: “¿Y qué? Si no se va a notar”. De todas maneras, por la satisfacción moral que sentimos al tratar de mejorar las pequeñas cosas que están mal en nuestra sociedad y que podemos cambiar, salvo la sociedad, es necesario hacerlo. Así ningún empleado podrá nunca enjuiciar a sus empleadores por haber perdido su capacidad mental, sus ansias de libertad, su imaginación o la posibilidad de tener opinión propia. La leyenda le avisó. ¿De qué se queja, amigo/a? Siga trabajando.


  • Pegar fotos -o dibujos, que son más didácticos- en las entradas de los jardines de infantes y las primarias que avisen a los chicos que de seguir aceptando órdenes y decir que sí a todo lo que le dice su maestra/o su autoestima y su dignidad quedarán achicharradas peor que lo que quedó cualquier ser vivo luego de los bombardeos norteamericanos sobre Nagasaki e Hiroshima. Si ven esa cosa -su dignidad y autoestima, me refiero- hecha una inmunda pelota chamuscada quizá algunos pueden rebelarse y en su madurez no sólo no fumen, también comenzarán a ejecutar un plan de venganza social contra el adoctrinamiento y el aplaste del libre albedrío que enseñan en las escuelas. (Nadie sabe qué forma tiene la autoestima o la dignidad pero un buen artista podrá retratarlas si no las dibuja en su mejor momento, cuando irradian vida y bellos colores desconocidos, sino cuando ya están integradas a la civilización y tiran a un gris ceniza depresivo).


  • Poner la foto de un corazón hecho pedazos de carne y sangre en cada casa de cada ser humano de la tierra, y explicar que así le quedará al incauto que, por motivos que deberán luego ser investigado por las autoridades, llegue a la juventud con ese órgano todavía en buen estado. Tal subversión afectiva, deberá saber el afectado, le puede causar un shock peor que el peor infarto conocido en el mundo de la cardiología. De no dejarlo matar a tiempo por la familia, el matrimonio, las religiones, las amistades, los hijos y todo tipo de gobierno democrático o dictatorial, le dolerá mucho más después, cuando sea adulto y se dé cuenta, exhausto, que el reconfortante calor que ese órgano brindó cuando estaba sano y joven es incapaz, ya no digamos de mover montañas, sino de levantarle la ceja de algún ser humano. En el caso de esta leyenda es mejor emplear a un fotógrafo de nota roja, particular clase de desalmado muy acostumbrado a sacar fotos de gente destrozada por autos, trenes, máquinas industriales; ocurre que ningún cuerpo accidentado puede quedar tan horriblemente destrozado como un corazón que padeció la falta de amor recíproco, y no sea cosa que otro tipo de fotógrafo sin estómago, de sociales o publicidad, se maree y vomite de la impresión.

Hay muchos otros casos, mi intención era enumerar unos pocos, cosa que el lector y lectora piensen en los ejemplos que se le ocurran, los escriban y se acerquen a su comuna o delegación más cercana y los den a conocer con la esperanza de que algún político corrupto los lleve a la práctica (no, no es cinismo, el político corrupto es el bueno, el político malo es primero asesino, traidor y recién después corrupto, o sea que el corrupto mantiene una ética por robar sólo dinero y no vidas enteras, profesiones, carreras y esperanzas como el político malo).

Es probable que al igual que ocurre con las cajetillas de cigarrillos, nadie preste atención a las advertencias y, como es natural en nuestra sociedad moderna y progresista, la gente hará únicamente lo que sea malo para su salud, salvo que lo hará con culpa. La culpa es la evidencia de progreso en la moral y lo que nos separa de los brutos inconscientes de antaño, que no sabían que les hacía mal y por ende no se sentían mal al hacerse mal. Nosotros sí sabemos lo que nos hace mal y sufrimos. Claro que si fuéramos tan sanos e inteligentes entonces no conoceríamos las leyendas de las cajetillas porque jamás hubiéramos visto una de cerca. “No se puede estafar al hombre honesto” reza el dicho anglosajón (y ellos sí que saben de estafas, no por nada originaron el concepto de piratería moderno y aún lo ejercen con entusiasmo y vitalidad; tomémosle la palabra).