martes, 25 de mayo de 2021

HEROE ILEGAL, HEROE CLANDESTINO




Un lugar común del periodismo cultural indica que si vamos a escribir sobre un libro que no es novedad hay que tener un justificativo, sea el aniversario de la primera edición, muerte del autor o autora, reedición del libro, etc. El motivo de esta nota va por el lado contrario, y es rescatar un libro valioso y emocionante que nunca se reedita: El Ejército de las Sombras, de Joseph Kessel. El porqué de su olvido (¿será olvido?) queda pendiente de respuesta.

“Cómo ocurrió, no lo sé. Creo que nadie lo sabrá nunca. Un campesino cortó un hilo telefónico de campaña. Una anciana le metió un bastón entre las piernas a un soldado alemán. Circularon folletos. Un matarife de La Villette metió en la cámara frigorífica a un capitán que requisaba la carne con demasiada arrogancia. Un burgués da una dirección falsa a los vencedores que preguntan el camino. Ferroviarios, curas, cazadores furtivos, banqueros, ayudan a pasar a los prisioneros evadidos, y por centenares. Granjeros ocultan a soldados ingleses, una prostituta se niega a acostarse con los conquistadores. Oficiales, soldados franceses, albañiles, pintores, esconden armas. Tú no sabes nada de todo eso. Estabas aquí. Más para quien ha sentido ese despertar, ese primer estremecimiento, es lo más emocionante del mundo.”

Eso le dice Philippe Gerbier, uno de los protagonistas del libro, a un joven compañero de prisión sobre el posible origen de la Resistencia francesa. El joven se enciende, vuelve a creer, quiere ser parte de ese grupo de soldados civiles y anónimos. La conquista de la libertad ahora lo es todo, no puede haber otro deseo en tierra francesa mientras se viva la opresión y el miedo. Gerbier conoce el efecto de sus palabras pero no miente: les advierte a los nuevos voluntarios que el tiempo estimado de acción es de tres meses. Dicho de otro modo, tres meses de vida antes que mueran en combate o los capturen y mueran bajo tortura.

Pensé mucho cómo empezar esta nota. Yo también le rindo devoción a la sacralidad heroica, bella y suicida de El Ejército de las Sombras, siento que hablar de más podría ser un error imperdonable. Su mismo autor sintió algo parecido cuando lo escribió en medio de la Segunda Guerra Mundial, según lo que los combatientes de la Resistencia le contaban de sus propias aventuras durante esporádicos encuentros en Londres. Kessel contó que el general De Gaulle en persona le pidió que escribiera un libro sobre la resistencia. Aunque Kessel quería pelear, no tenía entrenamiento y estaba algo viejo para la acción directa. En el prólogo se avergüenza de ser apenas un escritor que narra la acción sin ser parte de ella. A la vez, como escritor, sabe que la letra escrita, si transmite lo que debe trasmitir, sobrevive a la acción. Tanto es así que hoy, en mayo de 2021, en un mundo que está a años luz de las tragedias y los heroísmos del siglo XX (quizá únicamente de los heroísmos), El Ejército de las Sombras sigue impactando con la misma fuerza y pasión que cuando se escribió en 1943, justo en el momento en que la guerra estaba en su apocalíptico esplendor. Puede que impacte incluso más que entonces; para los habitantes del mundo actual es muy difícil imaginar tanta resolución y osadía por una causa. ¿Arriesgar la vida por la libertad? Posiblemente primero haya que saber qué tipo de libertad se busca antes de arriesgar algo.

El libro se lee con la rapidez de un boletín de guerra, es una rara mezcla de panfleto humanista y texto literario. Termina durante una de las misiones de los personajes. No hay final, no puede haberlo, su fecha de cierre es septiembre de 1943. Como sea, su propuesta es clara: los integrantes de la resistencia mueren por darle dignidad a su país, y eso debe saberse. El Ejército de las Sombras narra la valentía de un puñado de gente común devenida en extraordinaria, gente que ahuyenta a cada paso la vanidad y el orgullo del heroísmo público, y deja en claro que en la Resistencia los héroes son colectivos, nunca individuales. Habla de la tristeza, la muerte, la pérdida de compañeros y compañeras y de una terrible soledad que sólo puede ser tolerada en pos de un futuro de libertad. La única Francia imaginable es la Francia del futuro, sin nazis. Punto.

Y quiero detenerme acá. Seguir hablando sobre este libro es contraproducente. No busco hacer un análisis, quiero estimular a que se lea, a que los lectores y lectoras de esta nota lo consigan aunque sea en una idealizada edición clandestina. Ya no será una copia hecha en una imprenta escondida en un sótano o casa de alquiler, sino -con suerte- en un pdf, nuestra imprenta clandestina actual.

Lo mejor será transcribir algunas citas del libro, utilizar este espacio para que hable El Ejército de las Sombras. (Al menos hasta que algún editor o editora se anime a revivirlo, eso sería un merecido acto de justicia y no sólo con la literatura). Termino con algunas citas de Gerbier. O, más bien, empiezo:

“Para la gente de la Resistencia, el margen de vida se reduce continuamente. La Gestapo multiplica los arrestos, y los tribunales alemanes las condenas a muerte. (…) Antes era la prisión, el campo de concentración, el confinamiento. Hoy en día es casi siempre la muerte, la muerte, la muerte. Pero, por nuestra parte, matamos, matamos, matamos.”

“Francia es una prisión. Se sienten la amenaza, la miseria, la angustia, la desgracia, como una pesada bóveda que cada día se asienta más sobre las cabezas. Francia es una prisión, pero la ilegalidad es una evasión extraordinaria. ¿Los documentos? Se fabrican. ¿Los bonos de alimentación? Se roban en los ayuntamientos. ¿Automóviles, gasolina? Se les roba a los alemanes. ¿Gente que incomoda? Se suprime. Las leyes, las reglas, no existen más. El ilegal es una sombra que se desliza por entre sus mallas. Ya nada es difícil, puesto que hemos comenzado por lo más difícil, que es despreocuparnos de lo esencial: el instinto de conservación.”

“Creo que entre la gente de la Resistencia se produce una evolución en sentido inverso, según los temperamentos. Quienes eran suaves, tiernos, pacíficos, se endurecen. Quienes eran duros como yo lo era, como lo soy aún, se vuelven más permeables a los sentimientos. ¿La explicación? Quizá los que veían la vida color de rosa se defienden con una especie de escudo interior del contacto de las realidades a menudo horribles que descubre la Resistencia. Y quizá los que tenían, como yo, un concepto bastante pesimista del hombre, en la Resistencia se dan cuenta que el hombre vale más de lo que ellos pensaban.”

“El eterno problema de la vida secreta. No es posible reclutar, no se puede actuar sin confiar en alguien, y la confianza es imprudencia. El único remedio: dividir en secciones para limitar el daño. Los comunistas son los grandes maestros en lo referente a secciones, como lo son en todo lo que tiene que ver con la ciudad subterránea. Matilde regresa maravillada de la fuerza, la disciplina y el método que ha visto entre ellos. Pero no es posible igualarlos, a menos de llevar un cuarto de siglo de acción clandestina. Ellos son profesionales, nosotros pagamos el aprendizaje.”

“Comandante marqués de B. Condenado, por su patriotismo, a trabajos forzados a perpetuidad; fugado después de treinta meses de abominable arresto. Es un hombre de temperamento excepcional, de audacia extrema, y siempre lúcido. Mientras le encontramos un pasaje para Inglaterra, recorre el país en todos los sentidos para documentarse, como si se encontrara en una situación completamente normal y como si toda la policía del país no lo buscara. - Tengo la impresión de haber vivido ciego -dice-. En mi medio no teníamos oportunidad, ni tiempo, ni ganas, es preciso decirlo, de acercarnos a la gente del pueblo y conocerla. Desde mi fuga, no veo más que a ella. No olvidaré la lección.”

“El miedo a no poder sobrellevar los tormentos del interrogatorio, y de decir los nombres y lugares de reunión, es en muchos una obsesión casi enfermiza. Los nuestros temen menos al sufrimiento y los suplicios que a su propio potencial de debilidad. Nadie sabe lo que es capaz de sufrir. Y tiemblan ante la sola idea de tener que vivir -aunque sea por poco tiempo- con la pena de haber enviado camaradas a la muerte, arruinado una red, destruido un trabajo al que se tiene más apego que a la vida. En algunos el temor llega hasta la obsesión. No se duermen ni se despiertan sin ella. Cien veces al día tientan su porción de veneno. Y se matan antes de haber agotado todas las probabilidades. Pues esas probabilidades de vivir son, al mismo tiempo, oportunidades de hablar.”

“La mujer de Félix y la joven Magdalena han sido conducidas al cuarto 87. Fueron desvestidas completamente. Un hombre y una mujer de la Gestapo (se cree que un matrimonio) las interrogaron clavándoles alfileres candentes en el estómago y bajo las uñas. Ambas sufrieron también la fresa del dentista, que se hunde hasta la mandíbula. No revelaron nada. Entre suplicio y suplicio cantaron La Marsellesa. Esa escena, que parece sacada de un melodrama absurdo y de pésimo gusto, está consignada en un informe alemán. Las mujeres han asegurado que no hablarían.”

“¿Acaso el resultado que podemos obtener vale las matanzas? ¿Nuestro periódico vale acaso la muerte de sus redactores, de sus impresores, de sus distribuidores? ¿Acaso los pequeños sabotajes, los atentados al menudeo, nuestro humilde ejército secreto, que quizá nunca llegue a actuar, equilibra los espantosos estragos? Y nosotros, los jefes, ¿acaso hacemos bien enardeciendo, arrastrando y sacrificando a tanta gente honrada y valiente, a tantos ingenuos, impacientes, exaltados, en un combate sofocante, en una lucha de secretos, de hambre y de suplicio? En fin, ¿acaso la victoria nos necesita realmente? Como espíritu positivo, como matemático honesto, he debido reconocer que no lo sabía. Y aún que no lo creía. En cifras, en balance práctico, trabajamos con pérdida. Entonces, pensé, entonces honestamente debemos desistir. Pero en el mismo instante que tuve ese pensamiento sentí que eso era imposible. Imposible dejar a otros el cuidado y todo el peso de defendernos, de salvarnos. Imposible dejar en el alemán el recuerdo de un país sin emoción, sin dignidad, sin odio. (…) Supe que librábamos la más hermosa guerra del pueblo francés. Una guerra materialmente poco útil, puesto que aún sin nuestro aporte la victoria es segura. Una guerra a la que nadie nos obliga. Una guerra sin gloria. Una guerra de ejecuciones y de atentados. En una palabra, una guerra gratuita. Pero esta guerra es un acto de odio y un acto de amor. Un acto de vida.
- El hecho de que un pueblo sea tan generoso con su sangre -decía un día el patrón, con su risa silenciosa-, prueba, al menos, que tiene glóbulos rojos.”

sábado, 15 de mayo de 2021