Pudimos comprobar, con agrado, que gran parte de nuestra
sociedad dio su voto el último domingo. Es decir, dijo lo suyo. Por desgracia, el
lunes siguiente a la votación algunos intolerantes comenzaron a criticar a la
inmensa cantidad de personas que votaron por el candidato -o candidatos, no había
uno solo- de la derecha.
No voy a ahondar en la eterna dicotomía derecha-izquierda
que tanto enfrentó a los argentinos. Es cierto que nunca pudo enfrentarlos
demasiado porque la mayoría siempre apoyó a la derecha, pero hay unos pequeños
grupos facciosos (algunos incluso con millones de integrantes en cada grupo)
que siguen negando la realidad y atacan verbalmente a esa derecha que suele
contratacar con represión física, injurias y censura, sólo que ahora no puede
hacerlo porque necesita ganar las elecciones.
A lo que me refiero es que se están utilizando eslóganes descalificadores
como si fueran argumentos. A continuación quiero enumerar algunas de estas
descalificaciones, intolerantes y antidemocráticas, con la esperanza que ayude a
profundizar la desunión entre los argentinos, que no es algo negativo porque,
justamente, la desunión ayuda a que no nos juntemos con quién no queremos.
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“El
argentino no tiene memoria”. Frase que hoy está siendo utilizada por la
izquierda para agraviar a los votantes del candidato de la derecha. Es una
falsedad, ya que intenta implicar, con su doble y malsano sentido, que de tener
memoria el votante hubiera votado de otra forma, por no decir al revés. Yo digo
que sí tiene memoria, y que esa memoria es la que llevó a millones de votantes
a tratar de recuperar aquellos tiempos pasados de destrucción social masiva. Puede
que no haya ningún tipo de cerebro activo capaz de decodificar esa digna y
saludable memoria, y que por eso apenas queden imágenes fragmentadas y sin
ilación, como un proyector que pasa una película en un cine vacío; también
puede ser que al no tener el menor coeficiente intelectual el votante no
entienda qué es lo que está recordando, pero que hay memoria, la hay, y no
respetar esa genuina memoria nos lleva a la intolerancia y a la agresión
gratuita.
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“El que
vota a Macri no sabe lo que hace”. Otro insulto personalizado. Subestimar y
juzgar es nocivo para la democracia. Los votantes de este candidato saben muy
bien lo que hacen y porqué lo votan. Es indignante que se le reste validez a
ese voto que, por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, alcanzó niveles
históricos al apoyar a una desconocida que los bonaerenses prefirieron más que
a otros candidatos porque ella, joven y entusiasta, no tenía ningún referente
positivo en su historial. Votar a una doña nadie que no sabemos cuán desastrosa
puede llegar a ser en vez de votar al candidato que no queremos que gane es dar
un voto a lo nuevo. Si alguien alega que lo nuevo no es nuevo y que le va a
partir el culo a la mayoría, está adelantándose a los hechos, y las previsiones
negativas también generan violencia social.
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“El odio llevó
a la gente a votar a Macri, sólo lo hizo para joder al FPV”. El ánimo
descarriado y resentido que llevó a tantas personas a apoyar al mismo candidato,
que tiene la virtud de hablar como rico de punta del este y como populachero de
barrio al mismo tiempo, no puede calificarse como odio, eso es deshonesto. De
hecho, Macri consiguió algo insólito: juntar varias clases que se detestan. Es muchísima
la gente que se está reuniendo alrededor de su discurso, que algunos psicólogos
trasnochados definen como esquizofrénico y analistas políticos como hipócrita. Pero
en vez de dejarse deprimir por patologías y politólogos, esa gran cantidad de
compatriotas le dan para adelante y se hermanan con otros sectores sociales que,
de tener la opción, mandarían a matar. Negar esta unión real es ser cínico, no
un analista serio.
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“Macri le
va a dar todo a los grandes grupos económicos, a la oligarquía”. Otra
injuria. No es cierto que el candidato no quiera darle a otros sectores de la
sociedad, sólo trata de que los pobres no tengan tanto. Es miserable que
quieran hacer creer que únicamente los millonarios recibirán su tajada, también
hay ricos y hasta una popular clase media alta que con esfuerzo acaparó y robó
en su intento de subir en el escalafón social, algunos pisando cabezas, efecto
de la sana competencia. Además, si el candidato quiere que los ricos acaparen
más es para que los pobres puedan enterarse -y, por ende, aprender- sobre qué o
quién conviene ser en este mundo. Con este modelo podrán renegar de ser pobres
y soñarán con ser ricos. Y aunque nunca alcancen la riqueza salvo en sueños, al
menos tendrán la brújula orientada.
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“La clase
media es quién lo votó en su mayoría”. En base a los resultados de la
votación, podemos afirmar que gran parte de la clase baja argentina también votó
al candidato. Esa clase hizo un gran esfuerzo de autosuperación y trató de no
tener conciencia de clase, o sea, de sí misma, y apoyó a Macri como si fueran votantes
ricos. No lo son, y lo serán menos con las medidas que aquel va a tomar si gana
la presidencia, pero al elegir a un rico demuestran una gran talento para fantasear
de que así se acercarán más a él, (mediante el voto, en persona los de
seguridad no se los permitirían) y que son parte de la movida. Esta realidad
descoloca a la izquierda, que prefiere separar a las clases para que cuando
llegue el día de la hipotética toma del poder sepan quién es el enemigo y quién
no. Cuando son muchos los pobres que apoyan a los ricos a la izquierda se le va
un poco al tacho esta estrategia, en especial por la tendencia sentimental y
doctrinaria de los marxistas a idealizar a los pobres. Las clases altas, al no
idealizarlos en absoluto, son más hábiles y los dominan por medio de mentiras prometedoras,
al revés de las duras utopías de liberación, que demandan de cada individuo una
excesiva dedicación, claridad mental y sobre todo mucha, mucha dignidad.
“El
argentino no le exige nada a los políticos de derecha, deja que roben, mientan y
destruyan mientras que a otros políticos no les perdona una”. Otra infamia.
Ningún argentino/a es tan tonto como para dejar de sostener su ideología
fascista de juguete por uno u otro candidato. No se casa con ninguno sólo por
ser de derecha, al contrario, lo votará convencido para después, al primer
error, estar en su contra. Eso hizo con tantos presidentes anteriores y hasta
con dictadores militares, que sí lo representaban de forma legítima. El
argentino tiene un gran talento para reubicarse tácticamente. No porque le
guste la traición en sí, sino que le encanta dar la espalda al candidato que votó
si no hace lo que quiere o desea. Y como no sabe bien qué quiere o desea (pero,
¿quién lo sabe en esta vida misteriosa, cambiante y poética?) es capaz, por una
elástica moral que llega a estirarse hasta el infinito sin romperse, de negar incluso
haber votado a ese candidato en las últimas y penúltimas elecciones, y estar,
de pronto, en contra de todo lo que dijo y propuso en la campaña. ¿Acaso esto
es perdonar, pregunto yo? Y es por este maravilloso mecanismo de autodefensa que
es capaz de votar al candidato opositor en la siguiente elección, porque sabe muy
bien que cuatro años no es nada cuando la memoria no decodifica el pasado y la
moral no lo interpela. Yo recuerdo haber visto ese proceso camaleónico en mucha
gente y desde que soy chico: gente que apoyó la guerra de Malvinas y que
después, al avivarse de que perdíamos irremediablemente, tuvo la decencia de
exigir (puertas para adentro y en voz baja pero exigiendo igual) que el
dictador Galtieri “fuera llevado a las islas en bolas a ver qué se siente”;
gente que elogió la democracia de Alfonsín y criticó la dictadura militar y que
a los pocos años pidió la cabeza del presidente diciendo que con los milicos
estábamos mejor; escuché miles de críticas a Menem que lo acusaban de ladrón y
traidor, críticas tan fuertes que le hicieron ganar dos elecciones y sin
fraude. Podría seguir, pero el punto está demostrado: el votante argentino no
puede quedarse quieto. Si tanta actividad no acaba por destruir todo y es un
síntoma de irresponsable autodestrucción imbécil, no es tema para analizar acá
porque acá intento rescatar el acto cívico, el que nos dignifica como
ciudadanos.
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“El
pueblo eligió mal”. Frase soberbia, intolerante, que arruina la celebración
de la democracia. No se puede negar que la elección fue limpia y honesta, sobre
todo porque salieron victoriosos los que ya estaban listos para denunciar el
fraude si perdían. De todas formas, el progresismo salió a criticar. ¿Acaso un
votante no puede elegir mal? ¿Acaso no puede apoyar el peor candidato? ¿Acaso
no puede votar desde el resentimiento más bajo y destruir todo porque está emberrinchado?
¿Acaso no puede mostrar públicamente, elevando así el concepto de democracia,
que la necesidad de retroceder hasta hundirse en la mierda es un acto concreto
y volitivo y no un error aquejado a problemas de memoria o de no saber lo que
se hace? ¡Por favor!
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“Acá
todos se bandean y votan con el ojete”. Además de una grosería es otro agravio
sumado a la larga lista de agravios. Ninguno de estos izquierdistas toma en
cuenta la exigencia mental que demanda el hecho de bandearse para un lado y para
el otro como si se estuviera en la cubierta de barco vapuleado por un huracán. Bandearse
no es un tema personal con uno y otro candidato, más bien es que el votante
está intentando apoyar lo que cree que únicamente lo beneficiará a él/ella. Quizá
la contradicción que haya en el hecho de cuidar tanto el propio culo es que
apuntalar candidatos como el que lleva la delantera genera, a la larga,
millones de culos desflorados. Quizá sea el ojete el que no tiene memoria, por
eso se deja romper una y otra vez. Para nivelar la balanza y ver lo positivo de
este momento histórico en la Argentina y no terminar esta nota con negatividad
(característica de izquierdistas amargados), se puede decir que así como la
patria necesita siempre de un himno que la engole, también necesita de millones
de ortos tan abiertos como para poder cantar su marmólea letra a los cuatro
vientos de la República. Y es de ahí de dónde brotarán las notas musicales que,
debido al tamaño ocasionado en los esfínteres por el destrozo social-cultural
que quizá a partir del 22 de noviembre se nos venga encima, adornarán esta
nueva gesta patriótica. Y unidos sin unirse, como verdaderos ortos argentinos.
1 comentario:
La intolerancia es tal que quien no está de acuerdo con ella automáticamente es calificado de intolerante...
Y es muy cierto que cada quien puede votar y al final vota por quien quiere, así sea coaccionado; a fin de cuentas, al ejercer su derecho al voto está solo y volitivamente hace su elección.
En el prólogo a la obra Falsa crónica de Juana la Loca, Miguel Sabido, su autor, defiende a Juana a partir de la tesis de que "todos tenemos derecho a amar a la persona equivocada".
Sin llegar a esta pasión, ¿por qué alguien no tendrá derecho a elegir a la persona equivocada? Por una razón obvia, porque quien no piense como nosotros es automáticamente imperfecto y por tanto sujeto a equivocaciones.
Nosotros somos el producto de la perfección divina, según los fanáticos religiosos, la perfección material determinada por la composición de un ADN ideal para los fanáticos de la ciencia y la perfección a secas para el resto.
¿Por qué será, mi querido Ale, que mucho de lo que describes lo veo en México sin que un partido específico reclame la paternidad correspondiente?
Bah. No sé.
Abrazote, mi querido Ale.
rafahi95@gmail.com
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