(Nota publicada en el suplemento cultural de Tiempo
Argentino, agosto 2014)
Quizá la única pelea de la que salió lastimado Jonathan
Swift fue la que sus detractores planearon bien: hacer creer al mundo que Los
Viajes de Gulliver es un libro infantil. No que fuera una táctica pensada, sus
detractores nunca fueron tan inteligentes, pero eran legión y ganaron por
cansancio.
¿Quiénes eran sus detractores? Los hipócritas, los necios,
los poderosos, los cínicos, los cómodos. Como sea, hoy sigue siendo fácil
combatir y ganar la antigua pelea de Los Viajes de Gulliver, alcanza con leerlo
en su versión original. Gulliver es todo menos un libro para niños, es un libro
que ataca la hipocresía de la sociedad de su tiempo y de cualquier tiempo, que se
burla de las inmundicias del poder político, de las instituciones, de la
ciencia, del progreso. Su vitalidad destructora sigue golpeando hoy igual que
en 1726, cuando fue publicada. Los liliputienses, los gigantes de Brobdingnag, los
apestosos humanoides yahoos o los elegantes caballos houyhnhnms, más que
personajes en sí mismos, son formas de expresar el rechazo de Swift a la
estupidez humana. Los creó para exponer lo peor de nuestra raza, no para crear
una narrativa fantástica, menos para entretener a un nene.
Swift vivió la mayor parte de su vida en Irlanda, mientras
que viajaba seguido a Inglaterra por su carrera política; ahí conoció bien los
vaivenes del poder. Era Deán pero sus escritos parecen redactados por un ateo
furioso. Este inclasificable irlandés fue clasificado como misántropo, como amargo,
y aunque es eso a la vez es mucho más. Es un autor que sigue vigente por su
estilo y capacidad literaria y porque lo que atacó de la sociedad no era producto
de un momento histórico sino síntomas de la condición humana y sus
contradicciones.
En “Una modesta proposición para evitar que los hijos de los
pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país y para hacerlos
útiles al público”, Swift dice que es muy feo para la gente decente ver tantos
niños pobres con sus madres arrastrándose por las calles de Dublin, madres que
lo único que hacen es parir sin responsabilidad alguna para que luego, encima,
esos niños se conviertan en delincuentes, que sería mejor que el estado se
encargase de usar esos nenes como comida para los ricos. “Concedo que este
manjar resultará algo costoso y será, por lo tanto, muy adecuado para los terratenientes,
que como ya han devorado a la mayoría de los padres parecen acreditar los
mejores títulos para los hijos”.
En el caso de su famoso libro, Los Viajes de Gulliver, las
interpretaciones pueden ser infinitas. Gulliver es un tipo mediano, sin grandes
ambiciones, que viaja a lo loco y cuenta lo que ve sin dar más que opiniones
estándar, ingenuas, cosa que, como buen satírico, el autor aprovecha para
despacharse sin asco contra los reyes y sus reinos (los reales más que los
imaginarios). Gulliver es una herramienta, no un personaje. Es posible que la manera
en qué es recibido en cada lugar que visita demuestre la malicia de Swift para retratar
cómo los humanos nos acomodamos en distintas posiciones sociales, laborales,
culturales. En Liliput el gigante Gulliver es visto como una amenaza. Tratan de
usarlo políticamente y luego destruirlo, ya que puede volverse un peligro para
el reino, que sólo gobierna mediante la coacción. En el reino de Brobdingnag,
Gulliver es una divertida miniatura y termina siendo objeto de compasión por verse
tan indefenso. O dicho de otra manera, el agachón que se vuelve chiquitito y se
deja usar por miedo a ser aplastado es tolerado por los poderosos y hasta se
vuelve respetable.
A pedido del rey de Brobdingnag, que quiere saber cómo se
vive en Inglaterra, Gulliver narra en detalle cómo son sus monarcas, sus leyes
y sus jueces. El rey termina diciéndole, asqueado: “Has probado que la
ignorancia, la pereza y el vicio son los ingredientes apropiados que califican
a un legislador, que las leyes las interpretan y aplican mejor aquellos cuyo
interés y habilidades están para pervertirlas, confundirlas y eludirlas. No
parece que se necesite virtud alguna para ostentar un cargo entre vosotros,
mucho menos que los hombres sean ennoblecidos por su virtud, los sacerdotes
exaltados por su piedad o sabiduría, los soldados por su conducta o valor, los
senadores por el amor a su país (…) Por las respuestas que he obtenido
penosamente de ti, no puedo menos que sacar la conclusión de que tus
compatriotas son la raza más perniciosa de odiosos gusanitos que la naturaleza
haya permitido arrastrarse sobre la superficie de la tierra.”
Lo que reclama Swift debajo de su disfraz de terrorista
literario es exponer el dolor profundo de un corazón vejado, como buen hijo
bastardo de un mundo sin esperanza. Su literatura, un extenso y detallado plan
de ataque, es el resultado de esta comprobación triste y patética. No es que
haya amor escondido en su literatura, lo que hay es la comprobación de la falta
de amor y generosidad en la mayor parte de la humanidad. A pesar de todo, por
medio de la burla y el aparente desprecio, Swift rescata al ser humano, ya que
no olvida el dolor de los abandonados, los humillados, los desprotegidos. Esto
puede detectarse en sus diatribas si se las lee con atención, ahí se ve la herida
expuesta, lo que él hubiera deseado que fuera diferente. En “Una modesta
proposición…”, después de asquearnos con que sería mejor comernos a los bebés de
los pobres, deja deslizar con una ingenuidad deliciosamente tramposa: “Que
ningún hombre me hable de otros recursos, de crear impuestos para nuestros
desocupados, de introducir parsimonia, prudencia y templanza, de aprender a
amar a nuestro país, de cuidarnos de no venderlo y no vender nuestra conciencia
por nada...” Eso piensa en el fondo Swift, pero claro, en la sátira el juicio
moral no golpea directo, viene oculto en la ironía, como veneno en una bebida.
De todas formas, lo positivo en Swift es muchísimo, se
podría decir que si se ataca a la humanidad con tanto arte entonces quizá no
todo esté perdido. Suficiente motivo para leerlo y dejarse llevar por su furia
y su inteligencia, que no envejecieron nada en estos casi trescientos años. Como
dice el epitafio de su tumba en la Catedral de San Patricio, que él mismo dictó
antes de morir:
“Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, doctor en Sacrosanta
Teología, Deán de esta catedral, lugar en que la salvaje
indignación ya no puede lastimar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar, si
puedes, a este dedicado y severo defensor de la libertad".
Con amargura o no amargura, con misantropía o no
misantropía, esa defensa es lo que lo llevó a escribir a este irlandés fuera de
serie, siempre.
* Circulan muchas ediciones de los textos de Jonathan Swift, viejas y nuevas. Yo recomiendo las traducciones de Eduardo Stilman para la editorial argentina Corregidor, tanto de Los Viajes de Gulliver como de Escritos Subversivos, edición que además viene con excelentes notas de Stilman, que aportan jugosos datos del autor, de su época y de la nuestra. En el caso de encontrar otras ediciones de Los Viajes de Gulliver tengan cuidado de no caer en la clásica trampa de llevar el libro para niños. O dicho de otro modo, de no llevar el libro censurado y domesticado. Es que el lector de Swift también debe cuidarse de la maldad y estupidez humana…
1 comentario:
Gracias, Alejandro...
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