Lo que evidenció la democratización de las redes con la
posibilidad de que los lectores dejen comentarios en diarios, revistas,
organismos, etc, es que las clásicas acusaciones contra las figuras públicas dejaron
de tener sustento. Me refiero a las que decían que las figuras públicas no eran
más que un grupo de imbéciles. Hemos comprobado que la imbecilidad de los lectores
de a pie es igual, y a veces peor, debido a su infantil impunidad (creen que lo
que dicen no tiene verdadera llegada y no se miden ni saben ser hipócritas). Se
me ocurre que para que podamos volver a quejarnos como antes y fingir que somos
más inteligentes y honestos que cualquier periodista, artista, político o sujeto
que detente alguna clase de poder, debemos exigir que se prohíban los
comentarios en las páginas de internet y que se clausuren las redes sociales.
No nos llevaría a una dictadura (vivimos en ella, de todas maneras) sino a ese
anhelado lugar que hemos perdido, el de creer que todavía tenemos pensamientos
y opiniones válidas y que no podemos expresarlas nomás porque no nos dejan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario