Para los que no recuerden la premisa
de Terminator (y de algunos relatos de ciencia ficción del siglo XX): el fin
del mundo llegaba porque las máquinas (1) generaban tal conciencia de
sí mismas que decidían eliminar a la raza humana. Al ver al mítico robot de la
peli asesinar a medio mundo sin parpadear nos quedaba claro que ya no nos
necesitaban para nada. Bien por ellas.
Terminator está impregnada del miedo
al holocausto nuclear típico de la época (es de 1984) y al advenimiento de un
futuro de horror cibernético. A las computadoras, máquinas otra vez según
Terminator, se las suponía, no dentro de mucho, capaces de tomar el mundo, cosa
que agregaba un peligro extra a la deshumanización de la humanidad (viejo tema
del cual todavía no se ha dicho la última palabra). Recuerdo un relato que leí
de adolescente, por desgracia olvidé el título y autor, donde una computadora
global era presentada como el orgullo de la humanidad, o de E.U. en su defecto.
La computadora en un momento se ponía caprichosa, hasta mala onda, y decidían
apagarla. El cuento era tan naive que el creador de la computadora se acercaba
a desenchufar el cable principal. Ahí la máquina lo eliminaba de forma
inmediata, dando a entender que ya controlaba el mundo y que nadie podría enfrentarla.
Estas ideas proliferaron hasta los
´80, con la cultura cyberpunk. Hoy podríamos decir que estamos a salvo,
el futuro llegó y no hay dominación entre humanos y máquinas, nomás se
profundizó la estupidez general que llevaba miles de años luchando por destacar.
Tenemos más maquinitas que nunca y a todas luces inofensivas. ¿Alguien puede sospechar
que I-phones, laptops, I-pads, o lo que se invente próximamente querrán alguna
vez dominarnos? ¿Para qué lo harían? Son igual de inocuas que nosotros. Sin
contar con que nos necesitamos mutuamente por ser insignificantes los dos. Quisimos
inventar aparatitos (dejemos atrás lo de las máquinas controladoras, es muy
elevado) que nos distrajeran de nuestras vidas grises y apenas fuimos capaces
de inventar aparatitos tan grises como nuestras vidas. No desaparecerán, pronto
serán reemplazados por nuevos aparatos, iguales o peores, aunque sin superarse
a sí mismos porque conceptualmente no hay gran cosa que superar.
Sin embargo, debemos admitir -para
alivio de algún ochentero trasnochado que todavía tenga miedo del control
global de las máquinas- que por nuestra ignorancia y falta de ganas de crecer
como seres humanos conseguimos al fin aplastar a las máquinas, que sin duda podrían
haber sido superiores a nosotros. Las hicimos a nuestra imagen y semejanza y
las aniquilamos, como en el cuento que cité la computadora global aniquila a los
humanos. Los escritores de ciencia ficción de antaño eran cultos, inteligentes
y previeron todo tipo de hecatombes espantosas. Bueno, fallaron por ingenuos: suponían
que tanta inteligencia nos llevaría a la destrucción, que el exceso de creación
acarrearía una raza cibernética de dioses artificiales. En vez ganó la frivolidad
y la necesidad de no pensar, más fuerte que nada en este mundo.
Aclaro que yo pertenezco a esa vieja generación,
la que cree en conspiraciones y amenazas globales (será que nos hace fantasear
que tanta intriga es para contrarrestar nuestro supuesto espíritu de lucha). Mi
parte racional se rebela a que la humanidad quede idiotizada por aparatitos -gadgets,
como le dicen-, y no sea capaz de avanzar. ¿Hacia dónde? Hacia donde sea, siempre
y cuando avance.
Y gracias a estar atento a las
amenazas pasadas de moda fue que di con lo impensable hoy: el primer atisbo de
control de las máquinas sobre nosotros. Nada menos. Es un mínimo, escuetísimo llamado
de alerta, pero concreto y comprobable, de la conciencia de sí mismas que las
máquinas empiezan a adquirir. Y lo descubrí a la vista de todos. Bueno, de
todos los que suelen ir a ese lugar semi-público.
En el baño de una librería ubicada en
la Colonia Condesa, librería de mucha calidad y agradable de visitar, fue que encontré
el huevo de la serpiente. Este urinario/mingitorio que ven en la foto lo dice
todo: una máquina que ya habla en primera persona, que tiene conciencia de sí,
de su trabajo y utilidad. Y funciona como tal: uno se ubica delante de ella y el
cartel avisa: “detecto”, luego uno mea (perdón por ser gráfico, estoy planteando
esto desde un lado científico y no puedo preocuparme por detalles formales) y
el cartel avisa: “opero”, que es echar agua. Es cierto que la máquina siempre está
acelerada o inquieta por cumplir su trabajo y se adelanta a tirar el agua antes
que uno termine de mear, pero enseguida vuelve a tirar otro chorro, o sea que comprende
que el mingitorio no está del todo limpio y actúa en consecuencia.
Yo hubiera creído que las máquinas
conspirarían primero en, no sé, oficinas gubernamentales de E.U., la U.E., o en
el laboratorio de una farmacéutica multinacional, y no, se dio en una librería,
el último bastión de una cultura decadente. Puede ser casualidad, también un plan
mefistofélico para controlar antes a los débiles mentales, es decir, a los
lectores. Lo que relato del mingitorio parece una nimiedad, un detalle, ¿o es el
inicio del imperio de las máquinas? En este caso dependerá de cuando el urinario
se canse de que lo meen todo el día y salga a la calle por venganza. Quizá no
nos mate como el Terminator y sólo nos mee. No suena muy terrible, es cierto, pero
así comienzan los problemas; de hecho, es lícito pensar que guerras enteras se gestaron
porque alguien meó sobre otra persona. Lo que es un hecho es que ese mingitorio
tiene más personalidad que un I-pad, I-phone, I etc, y como se sabe el culto a
la personalidad es el primer síntoma que anuncia a un futuro dictador.
(1) Forma anticuada de llamar lo que hoy llamaríamos…
¿cómo? ¿Computación, Internet, realidad virtual, cibernética, software,
hardware, todo junto, o…?