miércoles, 18 de febrero de 2015

SOBRE EL ALMA Y LOS RECUERDOS



Este texto surgió a raíz de un monólogo sobre el alma que le escuché a uno de esos intelectuales católicos chapados a la antigua que todavía luchan por hacer de la religión un asunto filosófico-literario. Este tipo, en apariencia muy seguro de sí mismo, usó palabras elegantes para disimular las convenciones que avalaba; en el fondo se moría por retorcer un rosario entre los dedos y persignarse repetidamente de rodillas por temor a dios. O sea, no era un creyente honesto. ¿O sí? Es que no todos los intelectuales creyentes pueden ser G.K. Chesterton, Graham Greene, menos Leon Bloy, la mayoría son sólo pacatos/mochos. De hecho, ni siquiera son intelectuales (no se confundan: no por decir esto defiendo a los ateos clásicos, esos no son más que religiosos que le rezan a la materia).


El concepto de alma no es muy interesante. No propone individualidad, más bien una cápsula. Es intransferible, o sea que es igual de hermética el alma de un necio que la de un genio. Quizá por eso algunas religiones la mandaron a parar al cielo y al infierno, nadie sabía muy bien qué hacer con ella.
Si la pensamos como científicos y no como creyentes, el alma es una esencia que viene del cosmos, allá incluso ni siquiera tiene ese nombre.

El misterio de la vida es lo que se malentiende por alma y no tiene nada de religioso, pero, la verdad sea dicha, no hicimos gran cosa para despojarla de su solemnidad y le dejamos ese nombre que suena a suspiro de beato confundido. Está pendiente tratar de entender, aunque es probable que no lo entendamos nunca, qué es la vida, pero hasta no arrancarle ese pegamento de estampita nos quedaremos varados ahí, en un concepto vacío y poco creativo, mientras el misterio nos sigue llegando del cosmos y nos traspasa con sus ondas radioactivamente burlonas.

En lo personal, me resulta más melancólico y desolador pensar cómo se evaporan los recuerdos de una persona que muere que conjeturar adónde va su alma. Los recuerdos vienen de la experiencia, y esa sí fue real, para cada uno de nosotros. La experiencia, luego los recuerdos, es lo más valioso que tenemos, son la parte más terrenal y humana de… ¿de dónde exactamente? No quiero decir cerebro, el cerebro, hablando rápido, es la versión positivista del alma, tampoco la psiquis, término contemporáneo que no cubre todo como suponen muchos psicoanalistas radicalizados (además, nada cubre todo. O viceversa).

Diré entonces que los recuerdos son una parte trascendente de la persona, ilustran su creatividad, su receptividad y su imposibilidad frente al infinito. Al revés del alma sí pueden compartirse con otros, escribirse, comentarse, analizarse, formar parte de un imaginario colectivo, y ser capaces de hacer soñar a personas que nunca experimentarán las vivencias de alguien que murió diez, cien o mil años atrás, pero que alcanzan a comprenderlas y enriquecerse con ellas.

Hay un montón de recuerdos que podemos citar de otros -escritores, filósofos, científicos, la mayoría de las veces de familiares o amigos cercanos-, que nos ayudan a pensar y evaluar muchas cosas a lo largo del tiempo. Es una aceptación de la experiencia que va pasando de uno a otro, es individual aunque no privada, crea un mundo paralelo moral, ético y fantasioso al que somos permeables. No satisface mucho quizá porque es etéreo, pero no puede ser en vano ya que marca, y a veces cambia, conductas y pensamientos por completo.


Este misterio me resulta más humano y más misterioso que el alma. O, en el caso, más gratificante y nutritivo para los habitantes de este lado del mundo, el de los vivos, aunque los recuerdos de todos estén condenados a desaparecer y renacer una y otra vez en distintas formas, en distintas personas…




A continuación un gráfico explicativo de tres tipos de almas (en rigor, la número dos y tres ya no tendrían el título de alma pero las dejo así para no complicar tanto las cosas).