sábado, 4 de septiembre de 2010

LO ABSURDO COMO LIBERACION

Estoy convencido de que a las ciudades grandes, como pasa con el D.F., les llega el terrible momento en que empiezan a crecer solas, a desafiar cualquier intento de urbanidad y armonía arquitectónica y se vuelven simplemente monstruosas. Se hace imposible contenerlas, más si nadie aspira a contenerlas sino a esquivarlas (¡cómo si eso se pudiera!). El D.F. es un buen ejemplo de ciudad con expansiones de godzilla en pleno ataque de pánico.

Ante todo aclaro que no sólo no tengo nada en contra del D.F. –vivo en él hace años- sino que tampoco intento emitir una opinión del estilo de “me gusta o no me gusta”, porque esta urbe es demasiado desproporcionada para reducirla, valga la expresión, a un mero tema de gustos. El D.F. ya no es lindo ni feo, es incorregible (1).

La ciudad cobró vida gracias a los frankensteins delegacionales y jefes de gobierno que la abandonaron a su suerte -mala, como la de cualquiera que es abandonado-, y sobre todo por nosotros, sus habitantes, que observamos inertes o con perversa ambigüedad cómo se nos acercan amenazantes esas miles de toneladas de cemento, vidrio y concreto con los cuales se creó el golem; nuestro golem, alimentado de tráfico, enajenación e histeria y que se vuelve contra nosotros en cuanto pisamos la calle.

¿A qué va todo esto? A que los otros días encontré algunos ejemplos de seres humanos -al fin y al cabo las ciudades, en teoría, están diseñadas para que las habiten seres humanos- que mostraban subversión, desafío, imaginación. Un desafío, digamos, casi cósmico, una evidente oposición a lo irracional por medio de una ilógica creativa.
Esa gente defendió su derecho al absurdo en busca de -diría Albert Camus- unidad frente a la totalidad, de rebeldía contra el totalitarismo de la insensatez y falta de propuestas que, en este caso, vendría a ser la urbanización de lo ridículo y la construcción de lo desordenado. Es decir, de la ciudad.

Vamos a los ejemplos:


Casa cualquiera en la colonia Coyoacán


Esta placa que vemos en la foto atestigua lo que sus dueños quieren aclarar al transeúnte que se digne a levantar la vista. La aclaración viene como respuesta a una pregunta nunca hecha y en consecuencia no aclara. Si pensamos que las puertas citadas, en su abrir misterioso, podrían abrirse hoy como no se abrían antes, entendemos el tono de fastidio de la cita: ¿cómo tenemos el tupé de cuestionar el abrir de las puertas, en primer lugar? Si observamos con detenimiento la casa (yo lo hice) no notamos nada raro en sus puertas, pero quizá sea porque seguimos la línea irracional que siguen las casas y las ciudades, que dictan que una puerta debe abrirse por un motivo en particular o por alguien en particular. Por fortuna, la ilógica de los dueños de esta casa nos frena a tiempo y nos hace entender que no entendemos, y que por eso vivimos en la ciudad.


Arbol en la colonia Nápoles

Este árbol nos sugiere el salvataje desesperado de algún empleado delegacional amante de la naturaleza. Cuando di con él, caminando al azar, me emocionó que lo hubieran rescatado y no dejado morir por construir una banqueta (vereda) o una calle. Pero una noche -mucho antes de esa melancólica caminata-, casi choco contra él manejando en el auto y puteé de lo lindo contra el imbécil que lo dejó ahí, en plena calle y sin aviso. Sólo tiempo después me di cuenta que se trataba del mismo árbol.
Sin embargo surgen dudas: ¿si el empleado delegacional amaba tanto al árbol, por qué no consideró que dejarlo en la calle era exponerlo a que lo chocaran una y otra vez? Si tanto respetaba la vida del árbol, ¿no hubiera convenido ensanchar la banqueta y dejarlo a salvo? También pudo ocurrir que fuese al revés, que el tipo/a odiara el árbol y en vez de motosierrarlo lo expusiera a ser ejecutado por los automovilistas del D.F., lentamente, golpe tras golpe. Se sabe, además, que al manejar los automovilistas se vuelven tan locos como la ciudad misma y dejan de ser personas para ser chatarra en estado de furia. Como sea, la vida de este árbol sugiere motivos contradictorios en sus salvadores y hasta podemos sospechar que hubo malicia. Sin embargo, el árbol continúa viviendo.

Estas dos incógnitas que señalé -una apenas visible, la otra tan visible que nadie la nota-, remarcan que el verdadero sinsentido en nuestras vidas debe ser creativo, desafiante, enigmático. Si hacer morir una ciudad por el hecho de dejarla crecer como monstruo mutante es en verdad el efecto de un nihilismo estúpido, evidenciar el absurdo universal es el resultado de una sabiduría lúcida, alucinante, digna de un ser humano que no quiere abandonarse a la confusión y que -otra vez cito a Camus- grita sus desesperadas ansias de unidad.

(1) Que no se enojen los peronistas, al contrario. La siguiente frase atribuida a Borges: “los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles” se puede usar para un sinfín de otras cosas que no sean los peronistas y quizá con mejor resultado. Pero, claro, primero debemos aceptar que le estamos robando la frase a Georgie.

2 comentarios:

Gabriel dijo...

Me hace acordar a un cartel que vi una vez en una fabrica de La Paternal “productos manufacturados por manos humanas”.

FerGil dijo...

De hecho, ese par de anécdotas son solo la punta microscópica de un iceberg kilométrico... creo que todos conocemos lugares así, miles en esta capital...