martes, 3 de enero de 2012

INSTANTÁNEAS EN MOVIMIENTO

En mi opinión hay dos maneras de lidiar con la multitud cuando uno camina por la calle: ir con la marea humana y seguir su ritmo -y no enojarse si uno se mueve de a centímetros-, o avanzar a pasos largos, concentrado, tenso, esquivando a cada transeúnte. Ninguna manera es afortunada. Como acelerado que soy, opto siempre por la segunda, pero aún dentro del vértigo de esquivar y correr alcanzo a ver cosas interesantes en las calles. ¿Podría ver más cosas si fuera despacio? Prácticamente las mismas, ya lo comprobé, claro que al caminar rápido hay que estar alerta a los detalles porque se los deja atrás en un parpadeo.
Hace unos días, al ir a trabajar al centro histórico, pasé frente a varios “detalles” en la avenida Juárez. Debí frenar y volver sobre mis pasos para apreciarlos bien.

1 detalle: Un señor muy elegante caminaba delante mío, conciente de su porte y la calidad de su ropa. De pronto se desvió a la plazoleta ubicada en la entrada de Relaciones Exteriores y delante de un mendigo que descansaba en un banco se puso a mear las plantas de la plazoleta. Fue tan al grano que pareció estar haciendo cualquier otra cosa: observando el paisaje, prendiendo un cigarrillo, arreglándose el pañuelo del cuello. El mendigo, educadamente sentado, lo miró con extrañeza y después me miró a mí, risueño. El hombre elegante se subió el cierre sin mirar alrededor, quizá suponiendo que como él estaba bien vestido, y por ende fuera de sospecha de ser un marginado social, nadie había advertido su alevosía.
Sin hacer analogías con la carta robada de Poe, de lo que está muy a la vista no se ve, etc, me dio la sensación que, en efecto, nadie reparó en el tipo meando. Un grupo de policías vigilaba una marcha en contra de las corridas de toros, un contingente de turistas hablaba y señalaba puntos del lugar, la gente iba y venía por la calle, pero sólo yo en mi acelere y el mendigo en su tranquilidad descubrimos al impune. El mendigo murmuró algo, mientras observaba alejarse al señor elegante con la sabiduría, o certeza, de que a él no sólo lo juzgaban cuando hacía algo similar sino que también todos lo veían, y con repulsión.

2 detalle: en la entrada a la estación de metro Juárez, rodeada de vendedores ambulantes, locales y olor a comida, descubrí -invisible hasta para los ojos que pueden ver- un cartelito con un texto en braille, a un costado de la escalera. Muchas veces entré y salí de esa estación y nunca noté el cartelito. Parece anunciar, no puedo saberlo, la entrada al metro. Sin duda es un cartelito triste, ignorado por los que ven y en especial por los que no ven. Un ciego, si se atreve a encarar esta ciudad intransitable, donde casi no hay banquetas (veredas), o cuando hay están plagadas de caños, desniveles, pozos, etc, jamás va a necesitar un cartelito en la entrada del metro que le anuncie que está en la entrada del metro. Si llega hasta ahí es porque antes sorteó obstáculos peligrosos, o al menos más peligrosos que una escalera. ¿Por qué debería ir tanteando las paredes en busca un cartel que le diga lo que ya sabe, o de lo que puede averiguar solo? Si se tratara de otra información, ¿cuál sería? ¿Qué secretos puede revelar un texto breve ubicado para que los ciegos no lo encuentren y los videntes no lo vean? ¿Puede aclarar algo respecto a la vida misma? Podría haberle consultado a la gerencia del metro, incluso a uno de sus adormilados guardias. ¿Para qué? La respuesta hubiera sido evasiva o, peor, hubiera revelado el costado práctico y banal del asunto: que el motivo era hacer algo bien que no se hizo bien en pos de dar ayuda a gente que no necesita esa clase de ayuda.

3 detalle: Hay un ventrílocuo que para los fines de semana frente al Hemiciclo de Juárez. La primera vez que lo vi el tipo, vestido tan teatralmente como su muñeco, dialogaba con éste muy entretenido. El ruido de la avenida me impidió escuchar lo que decía, incluso a metro y medio. Lo volví a ver en otras oportunidades, y fui notando en cada oportunidad que el ventrílocuo empezaba a mutar a una versión más retraída de sí mismo. Al principio hablaba mirando a la gente, después únicamente miraba a su muñeco. El sábado pasado lo encontré en una charla privada con su muñeco en la que ni siquiera amagaba a no mover los labios. Es posible que su mirada perdida lo delatara en un inminente adiós a la cordura, pero yo creo que más bien era un diálogo entre amigos íntimos donde, como debe ser, los dos mueven los labios y gesticulan con animada expresión. Interpreté esos gestos como una respuesta directa al desinterés de las personas que pasaban a su lado. Supongo que en el futuro el ventrílocuo y su muñeco elegirán quedarse en casa y compartir cada momento ellos solos, disfrutando de su enraizada amistad, en vez de estar tratando de comunicarse con multitudes enajenadas.

Estos son detalles, escenas, momentos. ¿Cuántas de estas escenas nos pasan por al lado sin que las veamos? Pueden ofrecernos mucho más que lo que nos ofrece un viaje cotidiano y funcional, sin embargo son parte, o causa, del mismo viaje y no existirían por separado. Ahora bien, si nos pusiéramos simbólicos diríamos que sí son parte fundamental, por eso las descubrimos. Y de ponernos realistas diríamos que son secundarias dentro de nuestras metas comunes, en mi caso ir a trabajar al centro. Es decir: unir un punto A con un punto B, casa=trabajo.

Podemos afirmar entonces que también se trató de unir puntos para el tipo que se detuvo a mear en Relaciones Exteriores (se detuvo entre sus dos puntos, o sea la parte funcional de su viaje), o del ventrílocuo que se alejó de la multitud. En su caso él confundió los puntos al principio, creyó que ir con su muñeco de su casa al centro era ir de A a B, hasta que comprendió que A y B eran en verdad él y su muñeco, y relativos al camino de la amistad, no del trabajo.

Quizá sobre estos intrincados temas y sus soluciones metafísicas hablara el enigmático cartelito braille del metro Juárez. No voy a saberlo, menos voy a saber si en los días pasados pudo haber habido desviaciones en mi camino que me llevaran a la unión de mis esenciales, secretos, y hasta ahora desconocidos puntos A y B.

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