martes, 16 de abril de 2013

EL QUE SE ANTICIPÓ A LA OSCURIDAD






(Nota  publicada en el suplemento cultural Laberinto del diario Milenio, el 13 de abril de 2013)

William Hope Hodgson tuvo algunas de las características que suelen hacer famoso a un escritor; fue marinero, escribió sobre sus experiencias en el mar, y murió joven, a los cuarenta. Pero no fue suficiente, porque Hodgson escribía literatura de horror y eso en general ayuda poco. Le gustaba el deporte y fue profesor de gimnasia, cultivó sus músculos, en un principio para defenderse de los recios marineros, también fue fotógrafo. Su experiencia en el mar, de la cual él renegaba por haber sido extremadamente dura y estéril, se mezcló en el papel con monstruos, piratas fantasmas y todo tipo de aberraciones sobrenaturales. 

Hodgson desechó la penosa realidad por la fantasía más macabra. Se alistó en el ejército para combatir a los alemanes en la primera guerra mundial y murió a causa de una granada enemiga, en 1918. Al revés de Saki, que murió de la misma forma pero antes de volar en pedazos tuvo un último gesto literario al exclamar a sus compañeros imprudentes: “apaguen ese maldito cigarrillo”, no sabemos si Hodgson dijo algo o no. Su cuerpo desapareció, literalmente. Él mismo anticipó en una carta todo lo que podría escribir si volvía entero a su hogar. Quizá, así como integró el mar a sus narraciones, habría integrado la guerra. Quién sabe qué hubiera resultado al mezclar horror con horror.

Sus obras fueron olvidadas. Años después, gracias a los elogios que le prodiga Lovecraft en su ensayo El Horror Sobrenatural en la Literatura, se rescataron en parte, pero siempre de a retazos, por temporadas. La influencia de Hodgson en Lovecraft es obvia y, como se señaló alguna vez, también en el Hacedor de Estrellas, de Olaf Stapledon. Igual que ocurre con Arthur Machen, es la incertidumbre unida al pesimismo lo que genera miedo en sus historias. El mar esconde terrores surreales contra los que no se puede combatir, parecen estar ahí desde el inicio de los tiempos, acechando, invencibles.

Su ahora famosa novela La Casa en el Confín del Mundo es el relato de un hombre que vive en una antigua casa en Irlanda, y que un día descubre que no es una morada sino un pasaje a un inframundo, o a otra dimensión, nunca llegamos a saberlo. La mayor parte de la novela remite más a la fantasía que al terror. Hay una escena donde, sin explicación ni motivo, el protagonista abandona su cuerpo para volar por el universo que hay ¿abajo, arriba, al costado? de la casa. Flota entre montañas y es testigo de un encuentro entre dioses antiguos, gigantescos, espantosos. Otro momento, el más alucinante y extenso, es cuando el narrador asiste al fin del mundo desde su estudio. Observa cómo los días y las noches empiezan a pasar a toda velocidad por su ventana, cómo el parque de su casa va degradándose a causa de los milenios, que se aceleran en su transcurso y queman la tierra. Ve a su perro, que descansaba a sus pies, envejecer, volverse huesos y desaparecer. Él mismo se da cuenta en un momento se murió, se volvió esqueleto y luego polvo aunque, en verdad, sigue vivo; o siguen vivos sus ojos, que viajan por el sistema solar, hasta el lejano futuro donde el sol ya se ha extinguido.

Es posible que Hodgson cometiera el pecado de ser muy directo en su manera de narrar, que no se destacara como prosista y, sobre todo, que se anticipara al horror literario moderno, que ya no quiso buscarle motivos ni nombre a lo siniestro y frente al cual el ser humano no podía defenderse, menos comprenderlo. Pero, ¿ése es el horror moderno o el horror a secas?


1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias, maestro Hosne