martes, 21 de abril de 2015

SOBRE LA ASTROLOGÍA Y LA RELIGIÓN


Mi generación es esencialmente atea, la idea de Dios o de Jesús ya no le significa nada. Burlarse de la religión es cotidiano, hasta esperable de cualquier persona que haya vivido los finales del siglo XX y los comienzos del XXI con los pies sobre la tierra. Bravo por esos lúcidos. Pero, ¿realmente murió la antiquísima necesidad de creer en cualquier etérea pelotudez que sea capaz de tranquilizarnos? Creo que no. De hecho, hemos involucionado, si es que se puede hablar de evolución en el ser humano (no se puede, pero hablo igual).

Mucha gente ultra atea que conozco desprecia la religión y se burla con total desparpajo de ella, de la iglesia, de los curas y del concepto troglodita de tener que bosquejar un ser superior para calmar la ansiedad frente al infinito y a la noción de la propia muerte. Esta gente es capaz, con frialdad aunque no con cinismo, de aceptar que está sola en este mundo y que el ser humano hoy por hoy debe asumir su soledad cósmica. Bravo otra vez. El problema es que la mayoría de estas personas -y digo la mayoría refiriéndome a la mayoría, no es una frase al pasar- una vez pronunciadas estas frases dignas de Sartre, Camus y del existencialista más clásico y patentado que conozcan, nos salen con que uno está haciendo o diciendo tal cosa porque es “un típico taurino, o pisciano, o sagitariano o etc”.

En este momento, uno, o al menos yo, para la charla y murmura con desconcierto: “¿Eh, qué, cómo?”, y ahí mismo es ametrallado por una serie de explicaciones inconexas y antojadizas que no explican nada. La astrología ofrece, para comprender porqué una persona es como es, una lista de motivos carentes de base científica, psicológica, antropológica, y hasta zoológica, que nunca es cuestionada por aquellos que tanto de burlaron del viejo y apolillado Dios. Sin embargo, la recitan sin dudar de su veracidad ni un instante.

¿Cómo llegamos a que el ateo más furioso, aquel que se ríe de los pobres retrógrados que creen en Dios -“un invento de los hombres para paliar el miedo a la muerte”-, me explique que mi actitud en la vida está condicionada por cómo se ubica Júpiter o Marte en el cielo, y porque nací en tal o cual mes? Y hablo del cielo astrológico clásico infantil, no de galaxias, sistemas solares y otras denominaciones de origen astronómico porque los seguidores de la astrología, por suerte para ellos, no deben aplicar ningún argumento científico para pasar vergüenza en público. Los planetas reales son producto del misterio de la conjunción del tiempo y del espacio, los de la astrología son simpáticos muñecos de papel maché que se mueven ahí arriba según lo que necesitemos acá abajo, nosotros, una manga/bola de seres especiales que vamos, venimos, cumplimos horarios de oficina y hablamos sin que nadie nos escuche. Sin duda somos el centro del universo, por eso los planetas y los astros están únicamente para enviarnos señales personalizadas, mientras nos arrastramos por la rutina diaria, nos atascamos en el tráfico y descansamos los fines de semana.

Es posible que nos hayamos adelantado en matar a Dios y a su staff estable, ya que si para matarlo tuvimos que regurgitar la astrología quizá entonces sólo estemos sublimando las ansias de creer y sostener una religión inútil, masiva y consuetudinaria, como son cualquiera de las religiones tradicionales ([1]).

El creyente promedio finge que cree y de ahí viene su cansancio espiritual, su ruego es lloroso y desvelado, termina agotado de tanto rezar y apasionarse solo. No busca alcanzar a Dios sino a un ideal, en el fondo es un nihilista que niega serlo. Esto demanda mucho valor, o esfuerzo físico, al menos. Pero el seguidor de la astrología no es exigido por nadie ni por nada, nunca suda ni se martiriza y como no quiere angustiarse con debates morales nomás repite en voz alta las recetas aprendidas en los horóscopos. Por ejemplo, decir: “Dios quiera o Dios mediante” para definir algo que dependerá del azar o de nuestras acciones es falso, pero más falso es adjudicárselo a los astros y planetas (otra vez: no los reales, los dibujados). ¿Por qué? Porque Dios no existe, y si uno lo invoca sólo está diciendo una frase hueca, inofensiva. Sabe que él no hará nada porque nunca existió, y eso humanamente no es tan reprochable ni tan hipócrita como sí es echarle el fardo de nuestra incapacidad mental y emocional a Marte o a Júpiter, hermosos e impactantes planetas a los que, estoy casi seguro, nunca les importó un carajo si estábamos vivos o muertos, abajo, arriba o al costado de ellos.

Quizá sea más sano para todos (todos los que necesitan creer en cosas que no existen) volver a la antigua religión, a Dios, a Jesús, a cualquiera de esos personajes que existen en el papel literario, no en los dibujos, y que tuvieron la decencia de erigirse en celebridades bien delineadas, referentes de una cultura clásica. La astrología también se sostiene a lo largo de los siglos pero de una manera subrepticia, como un carterista escapándose de vagón en vagón después de robarles a los pasajeros del tren. No es porque sea mala o indigna, pasa que desde que se aceptó el método científico quedó relegada como un recurso para ignorantes con inquietudes científicas mal llevadas, una especie de religión solapada para religiosos negadores de su religiosidad.

Además, la tradición cristiana tiene la ventaja de haber contado con grandes filósofos y escritores que sostuvieron su propuesta contra viento y marea, por más infumable que fuera. Piensen en San Agustín, Kierkegaard, Pascal, Swedenborg y tantos otros. Intelectuales de primer nivel, decisivos para sostener lo insostenible. En cambio, la astrología, por su inmediatez y su necesidad de dar respuestas rápidas y mal armadas, carece de pensadores y creativos capaces de explicar lo inexplicable y de defender lo indefendible. Es cierto, ¿para qué debería tenerlos? Nadie le pide justificaciones. A la religión sí se le pide, todo el tiempo, y así los pobres teólogos, inclusive los ejecutivos y publicistas de la misma iglesia romana, deben renovar y remozar las fábulas de siempre para adaptarlas a la época y que parezcan novedosas. Es un trabajo desgastante y siempre fallan, pero se les reconoce el esfuerzo que ponen en intentarlo.

Aceptemos de una vez que no pudimos superar la etapa de crear seres y fantasmas para calmar nuestros nervios de primates a medio evolucionar. Es duro, pero por un tema de no pasar vergüenza frente a nuestros amigos, o frente a desconocidos en alguna reunión ocasional, debemos asumir que negar a la religión para suplantarla con la astrología es darle la razón al más necio, imbécil y retrógrado de los curas (puede ser pedófilo o no, para este tema no influye mucho), que nos acusa de pusilánimes, de muertos de miedo y de pecadores. ¿Y no tiene razón, acaso? Si para refutarle la acusación tenemos que decirle que debido a que nació bajo el signo de no sé qué y bajo la influencia de quién sabe qué cosa es que nos está acusando, yo creo que sí tiene razón.

Intentemos cambiar, asumamos este nuevo siglo con lo todo nuevo que trae, que son un montón de cosas viejas recicladas. Dejemos la astrología atrás y abracemos a la religión clásica. Es mejor retroceder dos mil años que negar que estamos estancados en un pasado pre-científico olvidado por todos, que encima nos degrada tanto como para hacernos fingir que creemos que los planetas y las estrellas son factores decisivos en nuestras insignificantes, mediocres y olvidables vidas, que no tienen ninguna dirección y que no son el centro de nada, salvo de un pozo en la tierra el día que nos entierren; ahí sí, por unos minutos tendremos a los amigos y familiares alrededor del cajón para regalarnos la fantasía que sí somos parte de un centro. Que fuimos, bah.






[1] Sí, sublimar es un término muy de psicoanálisis, pero no es tan anti-astrológico como parece, conozco muchos psicólogos ateos que avalan la pseudo-ciencia de adivinar los astros dibujados en papel de cotillón.






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