Hay
algo sospechoso en la exagerada identificación con los zombis en estos días. Las
marchas zombis empezaron como un juego y se volvieron una especie de moda-virus.
En lo particular no me interesan esas marchas, lo que me llama la atención es
cómo han variado las formas de identificación con los monstruos de las
películas de horror. Porque de ahí vienen los zombis; por más que ya tengan su
historiología, manuales, exégetas y se busquen zombis hasta en la biblia, la
verdad es que los muertos vivos más entretenidos son hijos del celuloide.
Yo
me crie con los monstruos clásicos y los monstruos de la época en que empecé a
ver mucho cine, en los ´80, donde el gore, los efectos especiales y una mayor
necesidad de la gente de ser espantada empezaron a cobrar relevancia. El
problema fue que asustar se confundió con asquear y ahí aparecieron las trabas
a la creatividad. Muchos directores de cuarta categoría se sentían maestros del
horror cuando sólo lo eran del gore barato. Los grandes, como George Romero,
John Carpenter o el primer Tobe Hooper conseguían una mezcla sana y nutritiva
de las dos fuentes y podían hacernos pensar, asustarnos y, de paso, asquearnos
un poquito. Es que lo hacían con amor por sus personajes de carne y hueso y por
sus monstruos, modelados o en disfraz, no por lograr un golpe de efecto.
Uno
se identificaba, si el filme era bueno, con los protagonistas humanos. Al fin y
al cabo uno es humano y entiende sus sentimientos y contradicciones por ser del
mismo género (humano, no de horror; o ese también, bah). The Thing, 1982, gran
película de John Carpenter, es tan inquietante como efectiva porque el grupo de
científicos y militares aislados en una base de la Antártida, tomada por un
monstruo-virus nunca superado en el cine hasta hoy, en mi opinión, reacciona
como podría reaccionar cualquiera de nosotros. La empatía con ellos es total, y
hasta el espectador más despistado entiende que ese grupo de hombres intenta no
sólo salvar su pellejo sino el de toda la humanidad, debido a que el virus que combaten
se expande y contagia al por mayor y de llegar a la civilización acabaría
rápidamente con la raza humana. El monstruo oficia acá de metáfora del
apocalipsis, y uno lo rechaza ya que, como quizá ocurra con el apocalipsis, si de
verdad llega un día a todos nos parecerá que viene demasiado temprano o
injustamente. Sólo los locos están listos para morir en masa. Que yo recuerde,
ningún espectador se identificó con el infausto bicho de The Thing.
Los
demás monstruos clásicos, también potenciados por el cine, generaron
identificación siempre y cuando tuvieran humanidad. Los vampiros son un caso
emblemático. Desear ser vampiro es sublimar el infantil deseo de no morir nunca,
y estar además en permanente estado de erotismo fiestero, seduciendo al sexo
opuesto con artillería pesada: eternidad, poder, orgías, lo que mucha gente
anhela, con o sin colmillos, y de paso, matando a quién se cruce en nuestro
camino. Libertad total, en un sentido muy sadeano.
El
hombre/mujer lobo/a corrió suerte parecida. Al principio no tanto, porque en
las primeras pelis estaba asociado a maldiciones gitanas y una excesiva culpa del
protagonista que no disfrutaba de su nuevo estado semianimal. En suma, era un
personaje poco atractivo. A nivel dramático lo era pero a nivel de
identificación, no. Después, gracias a la evolución del personaje, quizá aderezado
con la onda new age y la ecología, convertirse en lobo significó una conexión
con la naturaleza, y también con un sexo salvaje y primario. En The Howling, Joe
Dante, 1981, vemos a un hombre recién convertido en lobo coger en el bosque con
la mujer loba que lo sedujo, mientras la esposa del tipo lo espera aterrada en
su cama, sola, con los ovarios marchitos por el miedo y, quién sabe, por no animarse
a retornar a lo salvaje.
Siento
que tiene mucho de clasista la selección de víctimas que hacen los vampiros y
los hombres/mujeres lobas. En un punto, podríamos decir que el vampiro no es
más que un aristócrata que insiste en exponer sus problemas metafísicos o
existencialistas mientras usa a los infelices que tiene debajo como almuerzo. No
se conforma con chupar sangre, tiene que dejar en claro un punto que lo haga
interesante frente a sus colegas o futuras víctimas, sobre todo si son mujeres
jóvenes y atractivas y se ve obligado a seducirlas con su aire dark y
solitario. El hombre lobo, por su lado, nos tiene que mostrar que está unido a
la naturaleza, a lo primordial, cosa de hacernos parecer citadinos retrasados
mentales (que sin duda lo somos, pero no nos trae felicidad saberlo) y que es
capaz de volver al más puro instinto. Esto se lo dan a entender al que eligen
para morder sin comérselo, cosa de transformarlo/a en lobo/a y que los acompañe
en su viaje al origen de los tiempos, concepto digno de un programa ecológico
de cable.
Las
películas de horror de las últimas dos décadas, envalentonadas por la boludez
generalizada de las últimas dos décadas, quisieron explorar el costado más
idiota de estos monstruos clásicos y lo lograron. En su victoria casi los
matan. Productores y directores con mentalidad de gerentes de supermercado nos
dieron monstruos de cartón, con un espíritu más cercano a los modelos de
pasarela que a la maldad. Una vez alcanzado su estado de gracia vanidoso, recién
entonces estos mal renovados monstruos salían a matar y asolar a los humanos
feos, sucios, gordos y quizás hasta a dieta. Se cambió miedo por bostezos,
terror por lo fashion y lo sensual por la mojigatería hasta dejar al género en
estado comatoso. El idealizado tanatos y las mutaciones virulentas del cine de
horror fueron a parar al arcón de los recuerdos del siglo veinte.
En
cambio, los zombis son algo muy diferente a estos seres mitológicos que, si
están bien retratados, tocan una fibra sensible del espectador y apelan a sus
deseos frustrados de inmortalidad y violencia desatada. Las pelis de zombis postulan
casi siempre el mismo argumento: un grupete de humanos en pleno escape de esos monstruos
horribles que alguna vez fueron gente y que ahora no son nada, los zombis,
también llamados muertos vivos. La identificación del espectador se da con los personajes
persona, que representan a la humanidad condenada a desaparecer aunque moralmente
en pie frente a la deshumanización de los muertos. El miedo que dan esas pelis es
el de sufrir el ataque incomprensible de un monstruo incomprensible que
simboliza el fin del mundo. Y que encima ataca en masa (se sabe que las masas enardecidas
ponen la piel de gallina a cualquiera). Pasa que sin humanos no hay pelis de zombis
porque sin humanos no hay drama, eso en cualquier película y en cualquier género.
Imaginen una película sólo con muertos vivos paseando, gruñendo, babeando,
esperando a que aparezca algún humano para comerlo, y luego verlos comiendo y
paseando otra vez… más que un filme de horror parecería un filme costumbrista de
la vida diaria de un zombi [1]. Si cambiamos el punto de
vista cambiamos la propuesta dramática y no hay género de horror, tampoco conflicto
vital, ya que el zombi no tiene ninguno.
Ahora
bien, después del natural miedo que generan los zombis vienen las
interpretaciones, y estas pelis están cargadas de símbolos, críticas, llamados
de alerta, etc, mucho más que otras del género. Sea por causas desconocidas, tenga
o no connotaciones bíblicas de castigo universal, o sea resultado de un virus creado
por el hombre (En The Return of the Living Dead, Dan O´Bannon, 1985, hay una explicación:
es culpa de un experimento militar que salió mal, o sea que es “pod culpa del
gobiedno” como dice Guille, el hermano de Mafalda), el origen de la plaga zombi
importa poco, lo que importa es que la muerte mutó su estado normal y ahora se
muestra impotente para cumplir su función: ya no hay desaparición, los muertos
siguen en pie, nadie descansa. Ese es el único drama de los zombis, que la
muerte los ignora, sólo que no son conscientes de su drama.
En
las pelis de George Romero, padre cinematográfico del muerto vivo que conocemos
hoy, los valores éticos y morales del grupo que resiste son puestos a prueba
por el hecho de tener que hacerle frente a un apocalipsis absurdo. El conflicto
se da entre los pocos sobrevivientes que intentan mantenerse humanos mientras combaten
a los muertos y, también, a algunos de sus compañeros humanos, necios y codiciosos,
que acaban siendo más peligrosos que los muertos de afuera y hacen peligrar la
unidad del grupo. Este tono desesperado es el que a mí siempre me gustó de las
pelis de zombis. Tono que las de vampiros y hombres lobos carecen porque, al
fin y al cabo, ellos suelen ser elegidos que continúan la selecta estirpe de
malvados sobrehumanos, mientras que afuera la humanidad sigue existiendo y les
sirve de aperitivo. Si los zombis representan el fin de la humanidad, los
vampiros y los hombres lobos se nutren como parásitos de la misma, sin ella no
son nada. Pero los zombis seguirán existiendo luego de la total extinción de los
humanos, igual que se dice seguirían existiendo las cucarachas después de una
hecatombe nuclear.
En esencia
el zombi no es más que un pobre diablo, producto de algo que salió mal. En sí
no es un personaje, no tiene nada para decir, es más bien un síntoma. El miedo
que ocasiona existe si hay personas que lo sientan. Podríamos decir que un
zombi solo es como el árbol del koan zen que cae y no hay nadie alrededor que escuche
el ruido que hace. El vampiro, en ese aspecto, es más humano; el que se
convierte en vampiro adquiere otra mentalidad y otra moral y mantiene viva una
parte esencial del ser humano: la conciencia de sí mismo. En teoría, el vampiro
podría vivir solo porque existe por sí solo.
Por
eso causa sospecha que muchos jóvenes se identifiquen hoy con los zombis. ¿Por
qué? ¿Para qué? ¿Qué ven de atractivo en un retrasado mental que va pudriéndose
y tratando de morder a otros sin poder decir otra cosa que argggg? Querer
imitar a un zombi es imitar a un mal vacío
de significado, es desear ser parte del desastre sin ser protagonista del
desastre.
Para
buscar respuestas habría que rever las pelis de Romero con la inteligencia de
un espectador sensible. Fue él el que le dio un sentido social a los muertos
vivos. En ninguna peli de Romero los muertos evolucionan, salvo en Land of the
Dead, que se avista un comienzo de razón. Claro que la peli termina antes de
que evolucionen ya que, si no, no serían más zombis y no habría horror, como
planteé antes. Lo político de sus filmes reside en que las masas de zombis
simbolizan alguna parte olvidada o degradada de la sociedad del momento en que
fueron realizadas. En Night of the Living Dead, 1968, se jugaba el racismo, las
víctimas de la guerra, la incidencia letal del gobierno (“gobiedno”) en la vida
diaria. En Dawn of the Dead, 1978, se criticaba a la sociedad de consumo, los muertos
eran unos pobres infelices dando vueltas por un shopping entre ropa y artículos
de lujo, sin poder acceder a ellos porque la plata ya no contaba en su mundo en
descomposición. En Day of The Dead, 1985, era la militarización y el
apocalipsis derivado, y así en el resto de títulos de Romero, aunque las
últimas son muy flojas y sentimos que perdió su pulso de lúcido hippie
politizado (da igual, ya ganó nuestro corazón con las primeras).
Por
eso creo que si analizamos a estos fans de los zombis de hoy debemos analizar su
contexto social y político igual que con una película de Romero. Es cierto que
el contexto social no varió mucho en los últimos tiempos (¿los últimos años,
los últimos miles de años…?), los poderosos protegen sus intereses a sangre y
fuego y los gobiernos colaboran con ellos o directamente son parte del mismo
poder económico. La televisión, internet y todo lo que pueda comprarse y consumirse
sin activar neuronas está a la mano de todos, al contado o endeudándose de por
vida. Lo que se trata de impedir como nunca (o como siempre) es que la gente
piense por sí misma, elabore y desarrolle ideas que puedan ir en contra de
estos mandatos dictatoriales del consumo. Suena a cliché, lo que no quita que
sea verdad.
Entonces,
querer ser un zombi en este contexto, ¿no es entre otras cosas una involuntaria
declaración de que la falta de pensamiento es la única forma de imaginar hoy a
un ser mitológico y rebelde? Pero, ¿se puede ser rebelde sin pensamiento? ¿Identificarse
con un ser amorfo no es dejar en claro que la estupidez le gana al grupo de
humanos sobrevivientes que piensan realmente cómo combatir al mal generalizado
y que representan los valores esenciales del alma humana? ¿Identificarse con la
masa que deglute y aplasta no deja entrever un fracaso político no asumido?
Algunos dirán que esto es muy intrincado y que las marchas de zombis no
significan más que lo que son, pero yo digo que los zombis siempre significan
otra cosa, estén vivos o muertos o, en este caso, simulen estar muertos estando
vivos.
Las
pelis de zombis del futuro quizá sean al revés, y tengamos que ver a los zombis
tratando de comerse a los humanos que ya no serán personajes sino una amenaza que
nos puede disparar a la cabeza y matarnos otra vez. Si es así entonces el
apocalipsis zombi no dolerá, será cuestión nomás de no pensar en nada y dejarse
llevar por la furibunda manada. Como sea, hay que tener cuidado, ya que no
pensar en nada es el apocalipsis real que estamos viviendo en la actualidad y son
sólo unos pocos los que tratan de combatirlo. Querer ser zombi es decirles a
los poderosos que quieren controlarnos que sí nos controlan, que van ganando,
porque un zombi de carne y hueso, al revés del de ficción, ni muerde ni asusta
ni contagia, lo único que puede imitarle a aquel es que anda con el cerebro
desconectado.
De
no cuidar la orientación política de estos zombis de las marchas puede que se
vuelvan muertos vivos reaccionarios, utilizados contra las minorías. El
zombiproletariat es un arma de doble filo y fácilmente manipulable. Por eso
damos el llamado de alerta a nuestros hermanos muertos: coman menos cerebros imaginarios
y usen el suyo real; crean más en la construcción de ideas y conceptos que en
la putrefacción del cuerpo y sus órganos en desuso; no se queden en lo
superficial, evolucionen, hay datos genéticos de un pasado humano fabuloso que
pueden reinterpretarse y ustedes los cargan en sus células (vivas).
¡Zombis
de todos los países, uníos!
[1] El comienzo de Land of the Dead, 2005, de George
Romero muestra esta cotidianeidad por unos breves minutos; véanlo y después
imaginen una hora y media sólo de eso. Como idea podría funcionar, pero podemos
apostar a que los guionistas terminarán agregando algo de humanidad a los
personajes zombis cosa de crear una historia interesante, y entonces dejarían de
ser zombis.
3 comentarios:
Ufff... Que maravilla de ensayo.
No dudes que vayan a hacer una peli de esto...
Efectivamente estoy de acuerdo en que la identificación con el zombie es la falta de una válvula de escape a la rebeldía (si es que eso existe o es deseable) y me parece que mucho tiene que ver con el mundo post 9/11 en el que vivimos.
Por cuestiones de trabajo estoy en contacto con chavos y chavas adolescentes. Me sorprende que en esta generación (la generación que ha vivido desde siempre con facebook) no haya un factor aglutinante de "cultura rebelde" y eso se ve reflejado, creo yo, de manera más evidente en la música.
Supongo que todas la generaciones tienen "ese" grupo de música que enloquece y asusta a sus padres. Desde Elvis Presley hasta Marylin Manson, pasando por Sid Vicious y Kurt Cobain. Quisiera creer que en Argentina habrá sido Sumo o Charlie García. Esta generación carece de esa "sana rebeldía". Me parece que eso se debe, sí al internet y al consumismo inmediato que permite la informática, pero principalmente al 9/11: de pronto la rebeldía es un pecado capital civil. De ahí, sazona todo con mucha ironía sacada de los simpsons y terminas con el zombie. O con el hipster. Desesperanzado y muy orgulloso de saberlo, pero sin hacer nada al respecto. No sé. Pero me queda claro que el miedo que provoca ahora el zombie es el de perder la individualidad en la masa.
Este ensayo es una maravilla. Deberías de escribir un libro a manera de estudio sociológico de la historia del siglo 20 y 21 a partir de los tropos de cine, con una buena dosis de quino. Sería más ameno que cualquier escrito de Zizek, seguro. Ya tienes un buen capítulo.
Te robo el concepto de Zombieproletariat. Algo haré con él.
Un abrazo.
Victor S
Alejandro, leí con gusto tu reseña de los zombis. Recientemente descubrí R.U.R. de Karel Capek, escalofriante drama anti útopía —hoy parcialmente real— donde ya se retrata la angustia persecutoria frente a masas hambrientas de matar. Pensaba erradamente que una aglomeración de robots nunca llegaría a ser tan efectiva como una de muertos vivientes. La nube de Oesterheld, las metáforas del Proceso de Reorganización Nacional (eufemismo de tres palabras con siniestro parecido a R.U.R. de Karel Capek), los virus, los extraterrestres asesinos —otra metáfora ya sin fuerza—, las entidades indefinidas e incomprensibles… En todo caso, degradación violenta sin límites cuya razón fundamental es asesinar. Las marchas de zombies comenzaron en sociedades políticamente informadas y, como moda, repercutieron en otros territorios. Pero al emigrar los significados cambian porque no puede ser lo mismo una marcha de zombies en territorio de los alfas que de los epsilons. La ciudad de México ostenta el récord de más zombies en una manifestación pública (9,806 personas en 2012) y muy probablemente seguirá rompiendo el récord. ¿Quiere decir esto que los hemos incorporado? Me parece que no, la sociedad aún no, pero sí otra parte de la población, la más siniestra, la que mata, descabeza, ahoga, empala, castra, encobija y descuartiza, la que encontró en esto su lenguaje. Ellos todavía conservan su máscara porque no sabemos, al fin y al cabo, qué hay detrás. ¿Qué vendrá como herencia de los filmes dentro del terror o dentro de la sociedad? Un buen filme desde el punto de vista de un zombie inconforme hace mucha falta porque, al fin y al cabo, la rebelión sí es posible, incluso entre los muertos vivientes.
PD
Como bien decía nuestro profesor zombie. "Esto puede ser así… o no."
Jano Mendoza
Victor, gracias por tu apoyo. Es muy cierto que la rebeldía hoy no está bien vista ni siquiera en las artes. Quizá sea una consecuencia de que casi ningún país ni ningún medio de información en el mundo la promueve en absoluto, al contrario. Pero la rebeldía nunca fue gestada por el poder, más bien lo contrario, se gesta a contramano. Como remarcás, el pos 11/9 dejó sus huellas y parece que no sólo en E.U.
Una anécdota: durante la dictadura militar argentina (esto me lo comentó un conocido, crítico de cine) los militares, que prohibían y censuraban todo, quisieron censurar también las películas de vampiros. Decían que "los vampiros eran subversivos". No es chiste.
Te mando un abrazo y hasta pronto
Jano, te confieso que de Capek nunca leí nada, sólo sabía la referencia famosa, la de haber acuñado el término de robot (y no sé si exactamente es así).
No quise meterme, no fue mi intención, a hacer relaciones entre la muerte real y terrible del México actual con estas marchas pero quizá sea algo necesario de hacer. Es que uno se pone a hablar de muertos y de vivos y casi puede hablar de todo... Pero es verdad que da miedo pensar en la relación entre esas marchas "inofensivas" de zombis y los miles de cadáveres de gente asesinada en el país, la mayoría sin reconocer...
Un abrazo
Ale
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