DECIR LO QUE SE PIENSA
Mucha gente, cuando se enoja en una charla y se le va la
mano en la agresión de sus opiniones, se excusa con un “yo digo lo que pienso”.
La mayoría de las veces ese pensamiento es apenas un exabrupto derivado de la
bronca y los prejuicios y, en verdad, no contiene ningún pensamiento. Todos se
dieron cuenta menos el que habla y no piensa, justamente por eso.
Si alguien se sincerara y dijera: “Yo no digo lo que pienso
porque no pienso, sólo digo”, ya estaríamos en una fase evolutiva superior a la
actual. Ser capaz de pensar que no se piensa es, en sí mismo, una constancia de
pensamiento.
Quizá el primer “Ug” que dijo un humanomono hace miles y
miles de años quería decir: “Algo habrán hecho” o “En esta caverna se hace lo
que yo digo” o “El tratado de libre comercio nos permite ser competitivos” y lo
que evolucionó no es el cerebro sino la relación entre la lengua y el paladar,
que ahora son capaces de articular esos mismos ruidos en forma civilizada en
pos de decir la misma necedad en armonía y al unísono.
ODIO Y RESENTIMIENTO
No son el corazón ni la sangre, como algunos suponen, los
que activan la pasión del odio, más bien es un accionar de las entrañas. De
todas formas, a las entrañas se les debe rendir pleitesía ya que son las que
controlan y regulan las leyes, las religiones, las naciones y la mayoría de los
partidos políticos, mediante palpitaciones dictatoriales y gruñidos ventosos.
Se suele confundir odio con resentimiento. Yo, nacido argentino,
puedo dar fe de ello. El resentido detesta a su prójimo y lo injuria con la
esperanza de que alguien se trague la mentira de que tanta estupidez dicha en
voz alta y con la vena hinchada es producto de una pasión elevada y peligrosa y
no de una deficiencia emocional sin solución.
La principal distinción es que el odio debe ir siempre
acompañado de la acción, si existe sólo en la opinión se pierde en la tara
mental. Un fascista, por ejemplo, avanza depredando y destruyendo, sabe que si
se detiene muere panza para arriba, ahogado en su propia bilis. El
resentimiento es un mero reflejo del odio, y como todo reflejo es pasivo y únicamente
muestra la cara del idiota que se está mirando al espejo, que además está
inmóvil por andar mirándose al espejo.
Puede haber ideas que incluyan furia, hasta odio, pero si
hay inteligencia de por medio el odio, quiera o no, diluye su pureza. Existe,
sin embargo, odio en estado puro, a condición de que no se lo piense.
Hay gente brillante y sensible que igual resiente. Hay pocos
casos pero existen, quizá sean consecuencia de aceptar con dolor que en este
mundo la mediocridad, la infamia, la envidia y la negligencia generan muchos
más dividendos que las virtudes que nos enseñaron. De hecho, esas no generan
ningún dividendo. De hecho, ni siquiera nos la enseñaron.
También es posible que el odio en sí, como pasión, no exista
-como tampoco el amor- y que lo único que exista sea el resentimiento,
infrapasión que nos la pasamos disfrazando de cosa elevada. O sea que lo
escrito más arriba es puro palabrerío. Mejor empiecen a leer desde acá.
2 comentarios:
Has dicho verdades.
A mi hermano Duncan, cuando estaba enfurecido, ciego de odio, esperando afuera del baño para pegarme cuando saliese, lo insultaba. El gruñía.
Y seguía insultándolo hasta que él comenzara a insultarme también. Recién ahí yo sabía que podía salir porque su mente casi racional había vuelto a funcionar a medias...
Faltó decir que con esa estrategia nunca me pegó, me resultó cientos de veces... salvo una vez que me partió el labio.
Publicar un comentario